Revolución del pan apura el fin del gobierno de Bashir en Sudán
Más de 100.000 manifestantes tomaron las calles de Sudán este lunes, en protesta por la represión policial del gobierno del presidente Omar al-Bashir, que ayer se encarnizó con pacíficos militantes de un Sudán libre de armas y de influencia extranjera. Una unidad de la policía de Kartun les arrojó gases lacrimógenos, lo que generó la reacción de una cuadrilla de militares que salió a defender a los civiles atacados. Este enfrentamiento intestinal de las fuerzas represivas refleja la pérdida de poder y efectividad de la dictadura bashirista.
No importó que hicieran 50ºC a la sombra, los ciudadanos marcharon hacia la capital donde se reunieron con innumerables campamentos asentados frente a un complejo de instalaciones y oficinas militares en el centro de la ciudad. La concentración tiene el objetivo fijo y sólido de provocar la renuncia del presidente, y las tropas últimamente han dejado de mostrar una lealtad total al dictador, para sentirse más cerca de sus conciudadanos esquilmados, hambreados y encolerizados, que vienen soportando años –por no de decir siglos- de guerras internas y externas. Por ello, anoche se registraron varios muertos en enfrentamientos entre diferentes las fuerzas que todavía responden a Bashir y las que están dispuestas a contribuir a su fin.
Ahmed Soliman, un analista político que entiende el trasfondo del asunto, comentó en una entrevista radial: “Los informes que me llegan dicen que esta vez la policía está junto al pueblo, junto a la gente que sufre. Esto puede crucial para el desarrollo de los futuros acontecimientos”.
Por su parte, Bushara Juma, ministro del interior, reportó a los grandes medios internacionales que “quieren darle un golpe a Bashir y no lo van a permitir. Por eso ayer tuvimos que matar a unos cuantos manifestantes que carecían de espíritu democrático. Están armando revueltas y llamando a la desobediencia en todo el país. ¿Qué se creen que son?”.
Entretanto, las ONGs yanquis y europeas vaticinan que se desatará una masacre peor que la que se espera en Libia por la inminente batalla de Trípoli, donde parece estar renaciendo la visión gloriosa de una Libia digna que supo forjar el coronel Kadafi. Sus voceros afirman que han conformado una Alianza para la Libertad y el Cambio, apoyada por cascos blancos y burócratas de la ONU, que mantuvo en los últimos días apremiantes contactos con generales del ejército disconformes con el rumbo que ha tomado la gestión de Bashir luego de 28 años en la presidencia. Consideran que está viejo, achacoso y gagá como el renunciante Boutlefika en Argelia.
En Sudán el lío se desencadenó a fines del año pasado, cuando el gobierno decidió triplicar el precio del pan. La medida implicó el hundimiento en la indigencia de la mitad de la población. A pesar de ello y de las feroces protestas –con el consiguiente tendal de muertos-, Bashir no retrocedió en su decisión hiperinflacionaria.
Los servicios de inteligencia de Bashir se infiltran en las manifestaciones no sólo para herir a desarmados ciudadanos con armas blancas, sino para arrestar a los líderes más mansos e indefensos. La perspectiva bonita que se avizora ante tantas atrocidades es la fractura reciente de la cadena de mandos, tanto en el ejército como en las policías.
De todos modos, los eventos aún están poco claros, lo que no es una anormalidad en un país africano. Ciertamente, si uno se aventura por el centro de Kartun pronto advertirá un clima caliente y caldeado, donde se mezclan escenas de canibalismo, solidaridad y desesperación por doquier. Muchos sudaneses relatan por Internet los abusos recientes de los mercenarios conchabados por Bashir para reprimir a la ciudadanía. En todo caso, sus reclamos tienen una legitimidad apabullante.
Más allá de que Bashir es acusado de genocidio por la Corte Penal Internacional, particularmente por los hechos ocurridos en Darfur en 2003, se ha ganado el oprobio de la “comunidad internacional” por albergar en su momento a terroristas de fuste como Osama bin Laden y Carlos el Chacal, aunque su diplomacia ha logrado que Trump cese las sanciones contra su país, y es protegido también por servicios secretos israelíes, europeos y yanquis que alaban su régimen de “mano dura” a cambio de las riquezas naturales del país.