La bella señorita

Le preguntó a la señorita del tren si podía fumar: ella sonrió consintiendo.

Entonces encendiendo su cigarro y dispuesto a conversar fumó contento,

reflexionando  qué encantadores eran la bella dama y el fino cigarro.

Luego de su abultada billetera extrajo una fotografía que desplegó orgulloso,

su atractiva esposa y tres hijos, cuando de pronto se desalentó al oírla decir:

Aquellos billetes que usted tiene, quiero el lote’.
Apenas podía creer a sus oídos. El se rió:

El dinero no es mío. Devolverlo me llevaría años,

así que amablemente me niego. Señora, pienso que habla en broma: ¿tiene un arma?
Ella sonrió. ‘No tengo armas, sólo mi virtud,

pero le juro que si no me da el dinero rasgaré mi blusa,

desataré mi pelo y lo denunciaré como un maldito desalmado…

El le dijo: ‘Haga lo peor’. Ella lo hizo.

Rasgó su vestido de seda, desató sus cabellos y jaló la cuerda que detenía el tren,

y desde el piso se presentó al maquinista y al guardia:

Luché y luché en vano, sálvenme, ¡estoy aterrada!’-gritó.
El hombre estaba calmo, se mantuvo parado. El dijo:

Entienden su juego, pero si dudan miren la prueba de inocencia que está en mi mano’.

Y mientras miraban al coche vieron su lógica en un destello…

En alto él sostenía un cigarro encendido con dos pulgadas de ceniza.

 

traducción: Hugo Müller

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