El Otro

«Niños queridos, vengan, júntense a mi alrededor,

el viento es elevado y la noche está fría, más cerca, pequeños,

acurrúquense, busquemos una historia antigua,

una mágica historia de un día hace mucho tiempo,

de adorables damas y dragones espantosos,

vengan, porque todos están tan cansados de jugar,

les leeré hasta que sea la hora de ir a la cama”.

Entonces todos estaban contentos e hicieron nido adentro,

y permanecieron en la rugosa vieja alfombra de la guardería,

y se prepararon e hicieron silencio mientras comienzo

y el fuego salta y todo está tan confortable,

y allí me siento en el sillón grande, y cómo están ansiosos,

dulces y sabios, y acomodan sus quijadas en sus manos y contemplan

al corazón de las llamas con ojos pensativos.
Y entonces, mientras leía bajo el brillo rojizo y los pequeños estaban

sentados, quietos y en trance…

El se acercó, ¡ah! Lo sé, sé que él también está escuchando, como siempre lo estará.

El está allí, sentado junto a mi rodilla, lo veo tan bien, mi pequeño, pequeño hijo…

Oh, niños queridos, no me miren, estoy leyendo ahora para el Otro.

La luz del fuego brillaba en su dorado cabello,

y sus ojos asombrados estaban fijos en mi rostro,

y descansaba sobre el brazo de mi sillón,

y el libro es un borrón y pierdo mi lugar, y mis labios tocan su brillante cabeza

y mi voz se rompe y la historía termina…

Oh, niños, dénme un beso y vayan a la cama: déjenme pensar en el Otro.
En el Otro que nunca crecerá, que siempre será un niño jugando,

tierno y confiado, dulce y pequeño, que nunca se irá y me dejará,

que nunca me lastimará ni me provocará dolor,

que me confortará cuando esté completamente solo,
un corazón amoroso que sin una mancha siempre, siempre será mío, mío.

Aún un pensamiento brilla en la oscuridad del dolor,

y me da esperanza de reconciliarme: que cada uno de nosotros debería nacer de nuevo,

y vivir y morir como un niño pequeño,

así con todas las almas brillantes y blancas, blancas como la nieve y sin un pecado,

llegaremos a las puertas de la luz eterna, donde sólo los niños deben ingresar.

Así, gentiles madres, no se lamenten de haber perdido y besen el tallo,

en las profundidades de su dolor estén contentas,

crean que le han dado un ángel a Dios. ¡Regocíjense!

Han tenido un niño cuya juventud resiste, que vendrá a ustedes cuando el día esté hecho,

anhelante de amor, oh, suyos, sólo suyos, los más queridos de todos, el Otro.

 

traducción: Hugo Müller

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