Polizón

Dejamos atrás a las gaviotas hace mucho, y estábamos casi en la mitad del océano,

el cielo estaba azul, suave y amable, el bote apenas se movía,

excepto cuando un canto se aceleró, y cortando la espuma veloz como una flecha…

y arriba comenzó a revolotear un gorrión de ciudad.

Miré con algo de sorpresa, la aparición había burlado mi impresión,

de hecho me froté suavemente los ojos y me pregunté si no estaba soñando.

Debería, pensé, en Montreal recalé como extranjero, por algún lugar donde anidar

y fallé en escuchar el llamado de advertencia para que los visitantes dejen la nave.
Bueno, de cualquier modo era un pájaro, con ojos guiñando y las alas gorjeando,

imprudente ante las leyes de migración, de Canadá un resistente vuelo,

y cuando aterrizó en el muelle alegremente me pregunté si no se estaba largando

de Quebec por el clima templado y húmedo de Londres.

Mi corazón vagabundo fue hacia él, aquél vano y vivaz pequeño demonio,

planeó sobre el mar plañidero (un vuelo loco, yo jamás me hubiese arriesgado),

y entonces voló en círculos sobre mí y de mi palma picoteó migas de bizcocho.
Bueno, los viajes llegan a un fin (los hacemos con esa comprensión),

una mañana perdí a mi amigo emplumado, y espero que haya hecho un feliz aterrizaje.

Oh, tal vez ella sea feliz para siempre (era una “ella”) con huevos donde sentarse,

y descanse en nuestro lado del mar, un valiente, marrón, alegre canto británico.

 

traducción: Hugo Müller

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