Fabricante de municiones

¡Miren, soy el Rey Cañón! Perezco en un trono de oro.

Con el bosque lejos y la torre alta, soy renombrado y rico como un rajá.

Mi padre lo fue, y el suyo antes, con riqueza que nos apropiamos de guerra en guerra,

pero no dejen que ningún potentado se enorgullezca… No hay bolsillos en una mortaja.

Por naturaleza soy manso y amable, inclinado a la gentileza y la piedad,

y aunque los paseantes corran por mi terreno no tocaré un arma.

Aún mientras forjo cada monstruo la destrucción de los truenos forma su cañón.

Es el susurro de la muerte, lo juro, más fuerte… No hay bolsillos en una mortaja.

Mi tiempo es breve, mis naves en el mar ya me parecen fantasmas,

mis millones se burlan de mí, soy pobre como cualquier mendigo a mi puerta.

Renuncio a mi vasto dominio, seis pies de tierra que reclamo mía,

empollando con las espaldas, saludado con amargura… No hay bolsillos en una mortaja.
Querido Dios, deja purgar mi corazón, ¡y sé una parte de la esperanza del Cielo!

Arroja el aumento de mi sucia fortuna para luchar por la piedad, el amor y la paz.

Oh, que pueda con el dinero de la curación comprometerme con la pobreza y la oración,

gritar alto, por encima de la multitud servil:

“¡Sí, tontos! No se dejen intimidar por Mammón… No hay bolsillos en una mortaja”.

 

traducción: Hugo Müller

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