El hombre sin piernas
(El lado oscuro)
Mi mente regresa a la madera humeante, y cómo resistimos ocho días de hambre, sed y frío,
con el barro hasta la cintura y locos de dolor, con hombres muertos a nuestro alrededor,
luchamos como demonios y esperamos el alivio que nunca llegó.
¡Ocho días y noches rodaron sobre nosotros en el frenesí de la batalla masiva!
«¡Arriba los muertos!» Los tiramos de nuevo. ¡Por Dios! No pasaron.
Colocaron dos medallas en mi pecho, una amarilla y una marrón,
y las mujeres adorables me hicieron sonrojar, dijeron tan bonitas palabras.
Me sentí un hombre animado, casi, hasta que mis ojos descendieron
y allí ví las sábanas, cómo se hundían en mi cama.
Y entonces una vez más hundí la copa del dolor hasta las heces:
oh, pueden quedarse con sus medallas si me devuelven mis piernas.
Pienso en cómo solía corrar, saltar y patear la pelota,
y andar a caballo, bailar, trepar las montañas y divertirme en el mar,
y todas las miles de cosas que ahora jamás volveré a hacer…
¡Mi DiosI, a menudo me parece que no hay nada que valga la pena en la vida,
Y mientras las enfermeras me levantan y me atan a mi silla
si me dieran cloroformo siento que no me importaría.
¡Ah sí! Hoy todos somos “héroes”, nos señalan con orgullo,
hoy sus corazones se dirigen a nosotros, ¡tienen lágrimas en sus ojos!
Pero esperen un poco, mañana ciegamente mirarán a un lado,
ya no hablarán más de lo que tenían, los deberes de sacrificio
(uno odia que le recuerden una deuda eterna).
Está todo en la naturaleza humana. ¡Ah!, el mundo pronto olvidará.
Mi mente retrocede adonde estoy tirado en el llano con mis heridas corrompidas,
y comía las fangosas raíces de remolacha, y tomaba gotas de rocío,
y me arrastraba por millas y millas cuando cada movimiento era doloroso,
y sobre mí los cuervos carroñeros vomitaban mientras pasaban volando.
Oh, antes de cerrar los ojos y apuntar mi rifle al aire deseo que aquellos que pasaron
y me recogieron me hubiesen dejado abandonado allí.
(El lado brillante)
¡Oh, uno se acostumbra a todo! Toco una canción alegre,
y por la calle y en la plaza ando con mi silla de ruedas para que vean
¡cómo suena mi pecho y qué fuertes brazos tengo!
¡Oh, uno se acostumbra a todo! Es difícil al principio,
y los sacudones sobre los adoquines dan al hombre una lastimosa sed,
pero de todos los males que uno debe cargar seguramente éste no es el peor.
Porque ahí está el café abierto, y allí me conducen,
y ahí fumaba mi cigarro sobre mi copa de sidra
y jugaba un rato a la argolla antes de apurarme a casa para la cena.
En casa está esperando mi esposa con sonrisas y un pastel de pichón,
y la pequeña Zi-Zi aplaude con sus manos con sonora y alta risa,
y si hay una causa para gruñir fallo en ver la razón.
Y toda la tarde junto a la lámpara leo alguna historia de crímenes,
o toco mi viejo acordeón con María manteniendo el tiempo
hasta que oímos la hora de las diez en el repique de campanas.
Entonces, temprano y luminoso a la mañana, dentro de mi pequeña tienda de zapatero
para ganarme monedas de plata (por suerte uno necesita piernas para hacer un par de zapatos).
Y cada domingo, oh, es entonces cuando soy un hombre feliz,
me llevan hasta la orilla del río, y allí con caña y latas
me siento y pesco, y agarro un plato de espárragos para la sartén.
Sí, uno se acostumbra a todo, y parece no importar,
Tal vez soy más feliz que la mayoría de los de mi tipo,
porque los miro en la nube más oscura, ¡sí!, cómo está forrada en plata.
traducción: Hugo Müller