Renta básica finlandesa demuestra que el empleo se extingue en el capitalismo contemporáneo
Finlandia fue el primer gobierno europeo en respaldar un programa que distribuye dinero para alentar a los beneficiarios a trabajar más. Sin embargo, luego de dos años de prueba, el programa falló más de lo que los planificadores esperaban, aunque mejoró el bienestar de los “choriplaneros fineses”, en términos criollos. La muestra aleatoria simple estuvo compuesta por 2.000 desempleados de entre 25 y 58 años y fue extraída de la base de datos de personas sin empleo de todo el país.
Durante 24 meses los afortunados “conejillos de indias” recibieron un pago de 560 euros mensuales, sin el requisito de buscar o aceptar un empleo. Cualquiera de los beneficiarios podía obtener un empleo y seguir cobrando la renta, la misma suma mes a mes sólo para corroborar que el ser humano es esencialmente vago y poco proclive al trabajo, y que en la era de la robótica y la inteligencia artificial millones de puestos de trabajo se encuentran jaqueados en sociedades avanzadísimas como la finlandesa, en términos de bienestar social.
Originalmente, el propósito del programa era incentivar a los participantes a conseguir un empleo –aunque fuese mal pago o temporario- al eliminar sus preocupaciones sobre la pérdida de los beneficios. Estrictamente hablando no se trata de una renta básica universal (UBI, como se la denomina en inglés), ya que los pagos se hicieron a un grupo restringido y tampoco eran suficientes para vivir. No se crean los lectores que los precios en Finlandia son más bajos que en Argentina. Allá también está todo por las nubes y con ese dinero apenas se puede mantener un indigente. Y como en este gélido país europeo a los indigente se los asiste con programas específicos que los sacan de su situación para hacerlos líderes de empresas dedicadas a la alta tecnología.
El gobierno esperaba también que el programa traería luz sobre algunas cuestiones básicas de la administración de un estado, como si el pago incondicional reduce la ansiedad de los desocupados, si permite a las autoridades simplificar un sistema de seguridad social en la búsqueda de ajustarlo a un mercado laboral turbulento e inseguro. Al examinar los resultados iniciales de la prueba, el ministro de Salud y Asuntos sociales, Pirkko Mattila, dijo que en base a datos del primer año el impacto del cheque mensual sobre el empleo ha tendido a ser nulo.
Pero de acuerdo con el administrador del programa, el sociólogo Olli Kangas, los participantes se mostraron más sanos y felices que el grupo control, compuesto por desocupados que cobran rentas mayores aunque con bastantes condicionamientos ligados al hallazgo de un maldito empleo, puesto de trabajo, laburo, yeite o como se le llame. Ni siquiera ser millonarios los exime de la vergúenza de ser unos haraganes, o directamente parásitos.
El economista Ohto Kanniainen explicó, de todos modos, que el bajo impacto sobre el empleo no es una sorpresa, dado que la importante cantidad de desocupados que produce el sistema tiene escasas habilidades o capacidad de lucha para sobrellevar situaciones difíciles de la vida o problemas de salud. “Con los desocupados los incentivos no funcionan del modo en que algunos esperaron”.
A Tuomas Muraja, un periodista y escritor de 45 años que participó del experimento se lo ve contento. Dijo que el ingreso básico le permitió concentrarse en la escritura en vez de llenar formularios o asistir a cursos o bolsas de empleo. Dijo que al final del período pudo publicar dos libros sobre la cultura finesa y la idiosincracia vikinga.
Sini Marttinen, una bella programadora de 36 años estuvo desempleada por más de dos años antes de “ganarse la lotería” como describió el hecho de haber recibido el “estímulo crematístico” del estado. Su ingreso básico le otorgó confianza para abrir un restaurant con dos amigas: “Pienso que el efecto fue más que nada psicológico. Una se olvida de la burocracia, de tener que reportarte ante una asistenta social…”.
La idea de la renta básica universal apela tanto a la izquierda –que espera que reduzca la pobreza y la desigualdad- como a la derecha –que la ve como una vía posible para un sistema de bienestar menos burocrático y sesgado- ha ganado globalmente tracción ante las predicciones que calculan una pérdida de un tercio de los empleos formales de aquí a 2020 en manos de la automatización de la actividad humana en su misma cotidianeidad e intimidad.
A pesar de los magros resultados, el gobierno de centro-derecha finlandés pretende expandir la prueba por dos años apostando a combatir el desempleo, que viene elevándose en forma preocupante durante la última década. Por el momento, han decidido desistir de imponer sanciones a los desempleados que rechazan trabajos o se consideran crónicos.