Rojo-sangre Fourragère

¿Cuál era la visión más negra para mí de toda aquella campaña?
Una mujer desnuda atada a un árbol
con agujeros dentados donde debían estar sus pechos,
pudriéndose allí en la lluvia.

Nos apretamos en la refriega de la batalla, perseguidos, agriados y gastados.
De pronto oí a mi capitán decir:
«¡Ahí está! La cultura ha pasado por aquí y nos dejó un monumento”.
Entonces miré y vi a mi coronel allí, y su gran cabeza nevada con los años,
el golpeteo de la lluvia era seco y, oh, había pena en su mirada congelada
¡y sus mejillas estaban picadas con lágrimas!

Entonces finalmente se movió del lamentable árbol
y su rostro estaba rígido como la piedra,
“Adelante, marchen al regimiento” dijo él,
“que todo padre e hijo debe ver y nunca más olvidar”.
Oh, las hebras carmesí del cabello humedecido sobre sus pechos de dolor,
y nuestro viejo y severo coronel inclinado sobre su espada,
y los hombres desfilaron con sus rifles rebajados,
solemnes, tristes y lentos.

Pero no olvidaré hasta el día que me muera,
mientras estaba parado en la lluvia, y las columnas hastiadas de hombres encorvados,
cómo el asombro saltó en cada ojo, luego la furia, el dolor y la pena.

Y a algunos les gustaría como locos pararse horrorizados
con sus manos entrelazadas al cielo,
y algunos se hicieron la señal de la cruz mientras pasaron
y algunos maldijeron en una explosión ardiente,
y algunos lloraron como niños.
Sí, algunos sollozaron y otros rezaron, y algunos lanzaron odiosos nombres,
pero lo mejor jamás fue una palabra para decir,
giraron sus espasmódicos rostros y sus ojos eran como llamas ardientes.

Pasaron, luego sobre sus rodillas inclinadas el coronel cayó hacia los muertos:
“¡Pobre hija martirizada de Francia!» dijo, “oh querida, ¡queridamente serás vengada
o jamás un día será acelerado!”

Ahora ellos sostienen que somos lo mejor de lo mejor,
y cada hombre nuestro debería usar una prenda carmesí en su pecho,
como una prueba de fiereza en la prueba de la batalla,
el rojo-sangre Fourragère.
Porque todo aquel que se eleve al tope podrá ver
como un aguafuerte de sangre en su cerebro,
una esposa o una madre azotada en un árbol,
con dos agujeros negros donde debieran estar sus pechos,
abandonada para que se pudra en la lluvia.

Así luchamos como demonios, y de nosotros dijeron que jamás nos rendimos ni nos echamos a perder.
Oh, tenemos la deuda más amarga que pagar…
¿La hemos pagado? Miren, cómo portamos hoy, como un trofeo,
gallardo, orgulloso y divertido, nuestro rojo-sangre Fourragère.

traducción: Hugo Müller

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