Receta de vida yanqui: porno, opioides y el freezer lleno de cigarrillos
A primera vista, no es inmediatamente obvio que la niñita del video que estoy viendo está dando sus primeros y tembleques pasos en un refugio de personas “sin techo”. Observando a la pequeña balbucear a su madre detrás de cámara, me distraje de lo impoluto que está el piso. Aún en los ojos de Stephanie Land, la persona que lo limpió, estaba espantoso: “Años de suciedad habían grabado el piso. No importa cuán fuerte fregue no podré dejarlo completamente limpio”.
Gente como Land es quizá la mayor amenaza al mito del Sueño Americano: alguien que trabajó duro, aunque se la encuentra muy enfrentada al éxito que alcanzó en Estados Unidos. Su nuevo libro, Mucama: trabajo duro, bajo salario y la voluntad de una madre para sobrevivir, es tanto una memoria de su tiempo trabajando como mucama en casas de clase media, como una revelación de las mentiras que Estados Unidos se dice sobre los pobres: puntualmente, que no trabajan. Como lo puso Land, ella estaba “sobrecogida por la cantidad de trabajo que le llevó probar que era pobre”.
“El país vive junto al mito de que si trabajas lo suficientemente duro prosperarás” dice ella. “Para mí, sentí que no lo estaba logrando, no estaba trabajando con la dureza suficiente”.
Pavorosamente, antes de llegar a aquel refugio de personas “sin techo” la vida de Land fue olvidable. A sus veinte años, deambuló de empleo mal pago a empleo mal pago: barwoman, cuidadora de perros, armar puestos para mercados de granjeros. No tenía ninguno de los factores con los cuales la sociedad podría explicar su pobreza: no tuvo problemas de alcohol ni con drogas, una vida familiar regular, aunque fracturada. A los 28 años quedó embarazada. Pero el padre, escribe ella, escapó enojado, amenazándola e insultándola. Sin familia en la cual apoyarse, Land ingresó al sistema de asistencia social mudándose al refugio –donde su hija dio sus primeros pasos-, a un empleo con cama transicional, a una casa rodante en una autopista, siempre desesperadamente buscando estabilidad.
Subsidiar su magro ingreso con asistencia social significa someter su vida a un escrutinio despiadado: toques de queda y tests urinarios en el refugio, empleados de asistencia social pidiéndole pruebas de que su auto no es demasiado bonito, cajeros de supermercado juzgando silenciosamente sus provisiones cuando utiliza cupones de comida. Ella soporta cada indignidad para estar junto a Mia, su hija.
Buscando trabajo en una economía que aún estaba deteriorada por el impacto de la crisis financiera global, Land comenzó a trabajar como limpiadora para una empresa privada: seis pesos la hora por limpiar casas que sólo podía soñar con tener.
Sorprendentemente, todas sus compañeras eran mujeres y una gran proporción madres de un solo hijo. Ahora con 39, la explicación de Land sobre esto es simple: “Es flexible, la mayor parte de la limpieza ocurre durante horario escolar, puedes traer a tu hijo, y es un trabajo que nadie desea hacer. Cada vez que estés dispuesta a arrodillarte para fregar un inodoro siempre encontrarás trabajo. Y nadie está tan desesperado como un padre o madre soltero”. El 80% de los hogares monoparentales de los Estados Unidos están conducidos por mujeres, y el 40% viven por debajo de la línea de la pobreza.
Con tan bajo ingreso, el dinero adquiere un peso implacable: cada viaje en auto debe contrastarse con el costo de la gasolina. Proveerle comida a Mia con frecuencia implica salir sin ella, reforzando su estómago con café instantáneo y, en los buenos días, un sandwich de mantequilla de maní. Saldrá a comprar comestibles por la noche para evitar la mirada de los clientes. Un hombre, luego de ver sus cupones de comida en la mano, gritó: “Bienvenida”, como si personalmente él le hubiese pagado la comida. En uno de sus hogares, una diminuta y húmeda pieza en el valle de Skagit, Washington, el persistente moho negro continuamente reaparecía en la superficie, enfermando constantemente a Mia, las amables enfermeras del hospital le dieron a Mia un deshumificador.
Es notable lo que una limpiadora puede aprender de la vida de sus clientes, desde los recibos en la heladera, la cantidad de fotos familiares en las paredes, los papeles en los escritorios. Hacerle la lavandería a la clase media yanqui le dio a Land el tiempo y la perspectiva para reflexionar sobre el mito de que el trabajo siempre significa éxito. Ella fregó vómitos, vació y se desangró en casas de gente que, a pesar de sus 2 baños y medio y sus bonitos autos parecían tan infelices como ella. A una casa la apodó “Casa Porno”, ella intenta imaginar las vidas de sus dueños: el esposo con sus revistas Hustler y exhibiéndose se lubrica en su habitación, la extensa colección de novelas románticas de la esposa en su habitación.
Tomando ibuprofeno para afrontar el constante dolor que la limpieza le infringe a su cuerpo, Land contempla largamente el enorme arsenal de opioides en la Casa del Chef. Barriendo las ya inmaculadas superficies de la casa de la Señora Cigarrillo, encuentra conexión con el misterioso dueño al descubrir su secreto: un congelador repleto de Virginia Slims.
Luego del triunfo de Donald Trump en la elección de 2016, no se hizo demasiado por la descontenta y empobrecida clase trabajadora estadounidense. Land encontró mayor agresión en aquellos que se encuentran del otro lado del precipicio de la asistencia social: aquellos que no son suficientemente pobres para recibir beneficios. Ella cruzó la línea varias veces: unos pocos dólares más por mes significan que de repente ella pueda perder cientos en beneficios. “Fui penalizada por trabajar más, por trabajar más duro. ¿Por qué, como ejemplo, algunos estados requieren que tengas menos de $1,000 en ahorros? Están desalentando activamente a que la gente ahorre. Algunas pesonas trabajan realmente duro y aún no tienen comida en la heladera, mientras que los ricos se están volviendo más ricos, promoviendo la retórica de que los pobres son quienes se llevan todo el dinero. Y aún pensamos que son ellos quienes toman las mejores decisiones. Demonios, pensé esto cuando ingresé a sus hogares”.
Más tarde, cuando Land salió de la pobreza, algunas de sus propias amigas le contaron que estaban con cupones de comida o usando Medicaid. “No tenía idea de cuántas amigas estaban luchando. Necesitamos tener una conversación honesta sobre el rostro de la asistencia social. Pienso que los pobres tiene miedo de un montón de gente, porque representan lo que les puede pasar a ellos”.
En su periodismo spoiler, Mucama tiene de alguna manera un final feliz. Esta ansiedad se refleja mejor en los comentarios mojigatos dejados por los lectores. Los extraños demandan saber por qué tiene tatuajes, un smartphone, por qué decidió no abortar. “Creo que están intentando asegurarse que no les pasará a ellos, que todo fue resultado de mis malas decisiones”.
Su primera pieza de escritura paga, una ensayo para Vox sobre su tiempo trabajando como limpiadora se hizo viral de la peor manera. “Mi pequeño y dormido website, que usualmente sólo era visto por mi mamá, tuvo 5.000 visitas en una hora. La gente me llamaba cucaracha, parásito, diciéndome que debería estar en la cárcel. A la gente con mucama no les gusta saber que sus mucamas tienen opiniones sobre ellos. Fue duro para mí incluso salir afuera de mi casa por un par de semanas”.
Mientras el libro de Land se lanzó durante la presidencia de Obama, está mirando las políticas impositivas y de asistencia social de Trump con miedo. “Hacen que sea más difícil ingresar a asistencia social, elevando la edad para calificar o permitiendo que los estados requieran más papeleo. Se están aferrando a esta idea de que los pobres no trabajan”. Ella lloró cuando fue elegido Trump. “Me dio pavor. De pronto todos se envalentonaron para hacer lo que querían. La elección de Trump les dio a los trolls una plataforma para tratar horriblemente a la gente. Esto inspira un sentimiento de temor a una madre de dos niñas”.
El libro termina con una nota alta: con Land mudándose a Missoula, Montana, un lugar donde siempre soñó vivir. Se inscribió en la universidad, luego navegó por programas de apoyo a escritores sin privilegios, lo que la ayudó a colocar sus piezas en diarios como el Washington Post y el New York Times, por las cuales cobró su correspondiente estipendio.
Fuera de los diarios, sin embargo, las cosas no son más fáciles. Un mes después de graduarse dio a luz a su segunda hija, Coraline, llamada como una de las heroínas de Neil Gaiman. De hecho, Gaiman ha sido una sorpresiva fuente de apoyo: “Una vez le envié una foto de Coraline y nos hicimos amigos. Cada vez que me publican algo él twittea ‘Estoy realmente orgulloso de ella’, lo que es lindo”. Encontró un nuevo equilibrio con Jamie, el papá de Mia, pero luego se casó con un hombre que más tarde abusó físicamente de ella.
Mientras Land ya no está más en asistencia social (aunque todavía vive de su bajo ingreso de mucama), el dinero no ha sanado todas sus heridas. El precio de la pobreza –una autoevaluación exhaustiva, en encuentros de asistencia social, en colas de supermercado, en las consecuencias de costos inesperados- fueron ataques de pánico, una desconfianza en la felicidad y síntomas de estrés postraumático. “Justo ahora, mis niveles de ansiedad están realmente altos porque las cosas están yendo bien y estoy simplemente esperando la presa”. Mira sorprendida cuando le pregunto si se ha tomado alguna vez vacaciones. “Una vacación son tarifas aéreas, hotel, comida, cuidado de las niñas. ¿Vale realmente la pena estar una semana en una playa? Ejercicio, escalar, duchas, ¡no tengo tiempo para eso! Tengo pilas de ropa para lavar. Tengo que recoger a las niñas, tengo una abrumadora cantidad de trabajo para hacer”.
Luego de mirar el interior de las casas de los que viven mejor Land no desea ser rica. “Me gustaría no tener deudas, quiero mi casa propia, pero aún me imagino viviendo una vida muy sencilla. Sería lindo tener suficiente dinero para que mis hijos vayan a la universidad, para no preocuparme por el dinero. Pero de eso se trata”.
Ella ha considerado una indulgencia: una limpiadora. “He estado tan ocupada. He pensado que estaría bien por un par de meses. Pero jamás me pondría yo a hacerlo. No hay manera en que lo pueda afrontar, simplemente porque le arrojaría a ellos el dinero. Dejaría cuentas de $20 en cada habitación”. Ella ríe pero es triste. Lo halló un trabajo degradante y desmoralizante, ella dice tranquilamente “no se lo podría hacer a otra”.