El disparo de la paloma
Dicen que Montecarlo es un lugar soleado para gente sombría,
pero no estoy en el negocio de las apuestas
y soy sobrio como un campanario parroquial.
Así aunque este lugar paradisíaco
sea el campo de juego del demonio de los ricos
lo amo y no lo amo, así como los hombres a veces recurren a prostitutas.
Haraganeé bajo el bendito cielo azul que el mar
desvanecía con brillo de lentejuelas, la brisa era tímida
como el beso de una doncella, las palmeras se deslizaban en un brillo sedoso.
La paz que me embebía por cada poro
me hacía mejor que diez religiones…
Y entonces: ¡Bang, bang!, mi regocijo se terminó,
digo yo: “Allí van por las condenadas pobres palomas”.
Las veo agitarse en sus trampas, el verde césped alrededor llamándolas,
desconcertadas, llenas de diversión quizás,
con súbita esperanza de volar hacia el cielo.
Pestañean un momento al sol, aletean libres de amarras terrenales…
Un hombre gordo sostiene una escopeta humeante,
un muchacho recoge algo de sangre y plumas.
Y así a través de todo el santo día, ¡bang, bang!,
un racimo de plumaje sangriento.
Cuesta quinientos francos matarlas,
y pocas viven para contar la historia…
¡Míren todavía! Hay una tan rápida para volar,
a pesar de los disparos sigue su espléndido vuelo…
¡Valiente pequeño pájaro! Está volando alto,
ha ganado los árboles, tengo ganas de alentarlo.
En los jardines y campos de Montecarlo con felicidad soñada
uno permanece suavemente, y perezosamente en sombras frondosas
las palomas recogen las migas de pan de los dedos…
¡Bang, bang! ¡Adiós, oh, cortes selváticas!,
donde la paz y la diversión se mezclan dulcemente…
¡Dios maldiga a estos horribles deportes latinos!
Mis palomas se largan, mi sueño terminó.
traducción: Hugo Müller