El caracol dorado
¡Oh, Taberna del Caracol Dorado!
Tengo diez centavos, así que los regalaré,
diez centavos para beber tu cerveza ámbar
(ocho para la negra y dos para la propina),
y así me sentaré toda la tarde, y fumaré mi pipa y observaré a la multitud,
el frívolo público que concurre y bebe,
los observaré quieto como una esfinge,
¿y quién de entre ellos podría comprar por diez pobres centavos tanta diversión como yo?
Mientras, cómodamente oculto, contemplo a todos como en un juego,
una escena festiva de amor y diversión para complacer una audiencia de Uno.
¡Oh, Taberna del Caracol Dorado!
Para muchos representas incluso una historia.
Todo ojos, todo oídos, no me perdía nada:
dos amantes se inclinaban para abrazarse y besarse,
los alegres estudiantes cantaban y gritaban,
los ágiles mozos se lanzaban, ¡sí!,
aquí vienen Mimi y Musette con: “¿Tendría un cigarrillo, por favor?»
Marcel y Rudolf, Shaunard también,
vean la vieja banda de pícaros con la corbata suelta y la cabeza lanuda…
¿Quién dice que la bohemia está muerta?
¡Oh, sombras del murgante!, bromas y payasadas,
y los observaré y lo escribiré.
¡Oh, Taberna del Caracol Dorado!
¡Qué vulgares gargantas han tragado tu cerveza!
¡Qué hijos de la Fama, de lejos y de cerca,
han brillado y han madurado en tu alegría!
En este rincón donde me siento Banville y Coppée confrontaron su ingenio,
y aquí también, para soñar y consumirse, y hundirse en la desesperación,
vino el pobre Verlaine, aquí Wilde hubiese hablado y Synge hubiese meditado,
quizás como yo con sólo diez centavos.
¡Ah!, uno es afortunado, ¿no lo es?
¡Con fantasmas tan raros para beber el potaje!
Así tal vez tu costumbre nunca falle,
¡oh, Taberna del Caracol Dorado!
traducción: Hugo Müller