Primavera Arabe II. Túnez, 2018

Fin de año, 2018, Túnez, el periodista Abderrazk Zorgui, de 32 años, harto del menosprecio y el maltrato de sus jefes, de condiciones laborales y salariales penosas, y del continuismo en las políticas públicas en beneficio de una élite noble y los voraces extranjeros, que han expoliado el petróleo y los recursos agrícolas del pequeño país africano, se prendió fuego en Kasserine, emulando al vendedor ambulante que desencadenó la primera Primavera árabe, allá por 2010.
Hichem Fourati, vocero dl ministro del interior, informó que habían arrestado a una persona acusada de estar involucrada en el desesperado acto de protesta de Zorgui, que desató la cólera en la ciudad al reunir miles de manifestantes furiosos que incendiaron neumáticos y bloquearon las carreteras. Además, arrestaron a 13 manifestantes por estos actos de vandalismo.
En un video filmado cinco minutos antes de su muerte Zorgui dice mirando fijo a la cámara “para los hijos de Kasserine que no tienen medios de subsistencia, hoy comienza una revolución”. Las fuertes semejanzas con el caso del vendedor de frutas, víctima además del acoso policial y de inspectores avaros, dan cuenta de que las cosas en el país de los dátiles y las mujeres hermosas no mejoraron, y que las revueltas y movimientos surgidos a raíz de la inmolación de los explotados suelen derivar en acuerdos políticos que aplican programas de flexibilización laboral y apriete al ciudadano común.
Kasserine tiene fama de ciudad rebelde y la policía y ejército tunecino recorren sus barriadas para liquidar sospechosos. La situación inflacionaria, de recesión y deuda externa es espantosa, el elevado desempleo y la inseguridad alimentaria, además de enfrentamientos tribales, son problemas crónicos que amenazan la vida de los tunecinos, al menos del 80% que “está en la lona”.
La policía arrojó gas lacrimógeno para dispersar a a los jóvenes que lanzaban piedras contra las comisarías. En la ciudad oriental de Jbeniana se registró un policía herido y en Tebourba, hacia el norte, desbarataron una banda de anarquistas-comunistas con conexiones con ISIS, tal como reportó Walid Hkima, el vocero de la Guardia de Seguridad Nacional.
Las autoridades actuales fueron elegidas entre un grupo de políticos aviesos y desalmados. Hasta el momento no han detenido ni uno sólo de los abusos perpetrados por empresarios y fuerzas policiales. El presidente del Forum Tunecino para los Derechos Económicos y Sociales nos confesó: “Hay una ruptura entre la clase política y la juventud, especialmente aquellos que viven en condiciones de inseguridad y paupérrimas al interior del país, que ven su futuro totalmente incierto”.
En los últimos meses, la vida política de Túnez se ha visto paralizada por las luchas de poder en torno a la elección presidencial del año próximo. El gremio que nuclea a los periodistas convocó a una huelga general para el 14 de enero, a fin de celebrar también el octavo aniversario de la caída de Ben Alí. La autoinmolación de Zorgui es un símbolo de rechazo a una situación catastrófico, con desequilibrios regionales, elevadísimo desempleo juvenil y una miseria que no se animan a retratar los antropólogos más intrépidos. Nadie puede negar que todos los líderes políticos son responsables del malestar de nuestra juventud, de su desesperación y frustración. La revolución inspirada por el vendedor de fruta y reflotada por el periodista merece realizarse. Para ello no alcanza con una consigna de tipo “que se vayan todos”. Acá tiene que tronar el escarmiento y se debe imponer la pena de muerte tanto a los asesinos de los mártires que entregaremos, sino a todos los ladrones y corruptos que gobernaron desde Ben Alí en adelante. Con esas muertes se acaba el problema en Túnez y se podrá expandir, ahora sí, la Primavera Arabe a toda la región.

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