Mi oso
Nunca maté un oso porque siempre pensé que esos bichos eran tan bonitos,
aunque rodeen con frecuencia mi cabaña levantaría mi rifle y les apuntaría
pero no podría disparar.
Había una vez uno de 2 metros de altura que venía todas las noches
y engullía toda la comida que estaba a la vista,
se hacía un festín en la cucha de mi mascota en el jardín
hasta que pensé que por lo menos debía darle pelea.
Puse un poco de puré en una sartén,
la lamió rápidamente y salió corriendo con osuna alegría,
el segundo día hice lo mismo, nuevamente con angurria vino para engullir y huir.
El tercer día mezclé una cruz de mostaza con salsa tabasco, y jengibre también,
bien condimentada con pimienta de Cayena,
la rematé con gachas troceadas y luego serví la cerveza.
Era un tipo grande y fornido, lo ví arrastrándose a la trampa,
la mañana estaba oscura.
Se acomodó sobre su trasero,
y a través de la cortina rasgada de la ventana me asomé para verlo.
Nunca ví un oso tan contento, su semblante marrón
tenía una mirada de alegría seráfica,
babeaba, y sin sospecharlo se aferró a aquel horrible plato y
lo devoró en grandes tragos.
giró en un salto doble mortal y corrió como el infierno.
Lo vi saltar al lago,
como si tuviera que sofocar una sed de fuego y sacudir espuma,
y entonces aceleró por la orilla, y golpeó su pecho con ronco rugido
y se fue a casa.
Supongo les contó a sus pares allí
que mi hogar era tabú para los osos desde aquel día,
aunque mis calabazas broten de la tierra
ya no tendré más osos merodeando alrededor,
no encontré ningún rastro de oso,
bueno, ¡déjame rezar!
traducción: Hugo Müller