La oveja negra
«Al aristócrata nunca le va bien en Canadá, frecuentemente encuentra su camino en las filas de la Real Policía Montada del Noroeste” Extracto.
Escucha la oveja que lo aburre:
“¿Qué ha embarrado el esfuerzo?
Sus padres jamás mostraron delante de él un indicio de mancha”.
Escucha los rebaños de las pequeñas y los carneros castrados,
escucha el viejo carnero gris:
“nosotros somos todos blancos pero él es negro como la noche,
y él nunca valdrá una maldita moneda”.
Estoy parado en la excesiva pila de madera al fondo de las barracas del césped,
“una condenada desgracia para la fuerza, señor”, con un camarada guardia de pie,
haciendo que estoy ocupado, haciendo duramente mis seis meses.
«Seis meses duros y rechazado, señor». ¿No es eso como el infierno?
Y todo por las leyes sobre alcohol y los ardides de una bella nativa.
Alguna bebida que le di a una valiente indígena que juró no contarle a nadie.
Al menos ellos dicen que yo lo hice. Está así en el informe de la ciudad.
Todo lo que puedo recordar es una noche de parranda y juego,
cuando me desperté con una “cabeza” en el depósito,
y me arrastraron enfermo hasta la corte.
Y el Oficial de la Corte dijo: “Eres culpable”, y yo nunca dije una palabra,
porque mira, ves que no podía, no sabía qué estaba ocurriendo,
y bajo las circunstancias la negación hubiese sido absurda.
Pero el que cocinaba mi tocino era Grubble, de la Patrulla de la Ciudad.
El se molestó hasta mi habitación en Eton, ¡y nunca pervertí su alma!
Y ahora él se está parando, haciéndome aterrizar en el agujero.
Enchufado sobre la pila de madera, haciendo coros alrededor de la plaza.
Allí va una oficial, me mira arrogante, es la sobrina de un conde, es la más difícil de soportar.
A pensar en el pobre viejo material esperando su hijo pródigo.
Aunque le rompí mi corazón con mi locura, siempre fui el canoso
(aquel becerro engordado que están cocinando seguramente está recocido.)
Volveré y le contaré al obispo, bailaré con la belleza del pueblo,
le tomaré las manos a las mujeres en el té, y todo estará bien.
Dónde estuve no importa, lo que he visto no lo contaré.
Me remontaré a su perrera como un cometa. Nunca me verán una mancha,
¿pero me reformarán?, lejos de eso.
Pagamos con dolor por nuestro placer,
pero el perro retornará a su vómito, el cerdo a revolcarse otra vez.
He masticado la cáscara de la creación, y amargo probé lo mismo,
acorralado contra el infierno y la condena, me las arreglé para mantenerme en el juego,
tengo mis momentos de pena, tengo mis temporadas de vergüenza.
Aquello pasó, cuando la naturaleza de uno estaba rota,
demasiado dura para ser arreglada, tanto como el camino esté a nivel,
tanto como tenga efectivo para gastar.
Estoy atado a irme al infierno, y es todo lo mismo al final.
La corneta está sonando por los establos,
los hombres de la tropa se marchan a través de la penumbra,
un ordenanza poniendo las mesas canta en el luminoso comedor.
(Lavaré en el cubo de la prisión, y barreré con la escoba de la prisión.)
Descanso en mi celda y escucho, desearía no poder oír
la risa y las burlas de los compañeros bebiendo cerveza en la cantina,
el tono nasal del gramófono tocando “El bandolero”.
Y me parece, a través de aquellla nebulosa noche del tazón que fluye,
que el hombre que hizo el potlatch con whisky y me hizo aterrizar en el agujero fue Grubble,
el inmisericorde sinvergüenza, Grubble, de la Patrulla de la Ciudad.
traducción: Hugo Müller