Inmigrantes indeseables son enviados a islas infernales en Australia y Dinamarca

El verdadero final de los migrantes al primer mundo
En 2001, cuando la república de Nauru, una isla de no más de 21 kilómetros cuadrados en el Pacífico central, aprobó la creación en su territorio del Centro de Procesamiento Regional (CPR) del Departamento de Inmigración y Protección de Fronteras australiano, se pudo poner en práctica la legislación migratoria de la protocolonia inglesa que impone la detención obligatoria de quienes intentan llegar ilegalmente en barco a territorio australiano, y su deportación a este islote que supo albergar a los ciudadanos más ricos per cápita del planeta, que compraron la isla, riquísima en fosfato por el guano que producen las aves marinas. En 1968, cuando Nauru se independizó, el nuevo gobierno estableció un fideicomiso con las ganancias de la venta de guano. Sin industrias, todos sus habitantes se dedicaban a la pesca artesanal, aunque era la montaña de excrementos lo que les permitió ser billonarios (Sputnik TV, 2018).
A pesar de esta riqueza natural, la corrupción y las malas inversiones llevaron pronto a Nauru a la ruina, cayendo el fideicomiso de fosfatos de 1.000 millones de dólares a 100. Algo tenían que hacer para zafar de la situación y firmaron un contrato con los “canguros” para servir de depositario de la escoria indocumentada que sacrifica su vida para arribar a costas tan aisladas del resto del mundo. Allí fueron a parar entonces indonesios, bengalíes, rohingyas, afganos y camboyanos, recibiendo las autoridades naurenses por ello 14 millones de dólares anuales. En el CPR caben 720 personas, y entre ellos hay 100 niños.
Distintas agencias de la ONU y organizaciones de derechos humanos que visitaron el CPR denunciaron por doquier las indignantes condiciones de reclusión que paden los inmigrantes, que apenas sobre viven en medio de un hacinamiento insoportable, escasez de agua, y constantes malos tratos y torturas de los penitenciarios a cargo de su vigilancia y seguridad. En 2008 asumió la presidencia Kevin Rudd, un progresista que cerró el CPR, el cual fue reabierto en 2012 por la reaccionaria Julia Gillard, que argumentó que las arcas del tesoro nacional estaban vacías, y que se han incrementado notablemente los pedidos de asilo en la isla.
Los disturbios y conflictos que suceden en el CPR son terroríficos. Varios edificios ya han sido destruidos por el fuego, varios internos están moribundos por huelgas de hambre que no logran notoriedad, es el centro de detención de refugiados con más intentos de suicidio por día, superando a los campamentos de Yemen, Bangladesh, Sudán del Sur y República Centroaficana, además del ex Congo belga, todos ellos juntos, sumados a los de Siria y Libia.
La mayoría de los detenidos tiene los labios cosidos, y recientemente la ministra comenzó a enviarlos a sus países de origen, ya que no puede cumplir el contrato celebrado con los australianos, por su aroma insoportable y su humor de perros. De todos modos, las denuncias sobre los desquicios cometidos en la isla proliferan. Hasta los niños menores de 10 años prefieren una muerte cruenta a soportar los golpes, violaciones y humillaciones cotidianos
El CPR de Nauru no es el único intento creativo de Australia de mantener a los solicitantes de asilo fuera de su territorio a cualquier precio. También cuenta con centros similares en Manus, Papua Nueva Guinea, con capacidad para 1.000 indeseables. Por su parte, inauguró hace seis años un Centro de Detención de Inmigrantes en la Isla de Navidad, con 800 camas llenas de chinches e insectos venenosos.

Lo de Dinamarca es más reciente, y es un proyecto a mediano plazo. Luego de incorporar en su legislación la confiscación de todas las joyas con las que arriban los inmigrantes (“para cubrir los gastos destinados a su manutención”, se argumenta en el cuerpo de la ley) se comenzó a enviar a los indeseables a la isla de Lindholm. Allí recalan los extranjeros que cometen delitos (mayores o menores, no importa la cuantía y la gravedad) y no quieren ser deportados a su país. Se trata de una remota posesión danesa donde no hay más que un crematorio, un laboratorio farmacéutico y dos establos, junto con un centro de investigación de enfermedades animales contagiosas. Con apenas un kilómetro cuadrado de superficie, el lugar destinado a los inmigrantes sólo dispondrá de 100 camas. El gobierno proyecta invertir 115 millones de dólares en cuatro años para las instalaciones y se planea su inauguración para 2021, esperando que los inmigrantes sean tan infelices como en Nauru. La ministra de Inmigración danesa, Inger Stojberg, declaró a la prensa: “No son deseados en Dinamarca, y les aseguro que en Lindholm lo podrán sentir y se arrepentirán del día que decidieron profanar la tierra de Kierkegaard”.

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