Mi perro
Mi perro guía Mike era como un oso,
recuerdo que fue criado pardo,
porque cuando se remontaba en el aire
me sobrepasaba por una cabeza.
Me abofeteaba con sus pesadas garras,
bromeaba como un cachorro actuando bonito,
y lo hubiese jurado: ¡Dios mío!,
era el más poderoso malamute del mundo.
Pero oh, ¡la comida que podía tragar aquel perro!
Aunque nunca fue estrecho de vientre,
casi me quiebra comprándole carne para satisfacer su apetito.
Luego vino un cambio que me confundió:
retornando cuando el amanecer estaba oscuro
parecía misteriosamente gordo
y despreciaba los huesos que guardaba para él.
Mi cabaña estaba cerca del hospital
donde trabajaba la enfermera Luisa
que era para mí una pequeña camarada
que planeaba complacer de cualquier manera.
Mientras compraba libros y dulces para ella
parecía que apreciaba ser mi compinche
aunque Mike la amaba bastante y ella quería bastante a Mike.
Paseando con ella bajo el esplendor de la luna
vi un reguero de algodón de Mike
cuya fuente parecía proceder de su cola.
Lo pisoteé con disgusto sombrío,
y con una patada instó su ausencia,
pero cuando corrió, de él emergieron yardas y yardas de pelusa.
Y luego en mí surgió la verdad más allá del atisbo de una duda:
aquel pobre perro de presa se atiborró de los emplastos arrojados…
Así “ama mi perro, amame a mí” pensé, y aproveché el momento para proponer…
Mike está muerto, pero en nuestro jardín
es estiércol para un gran rosa canina.
traducción: Hugo Müller