Lavandera
La vieja reina que falleció tenía sesenta sirvientes, así dicen,
el doble de sesenta manos para atarle los zapatos:
dos jabonosas tengo yo.
La vieja reina tenía una veintena de camas
yo tengo un catre y no pido más.
Porque cuando lo último es dicho y hecho no queda otra que morir.
La vieja reina pensaba bien que ella era mejor que las de mi clase,
y aún estoy agradecida, a pesar de su gracia, de no estar en su lugar.
La vieja reina se fue y yo estoy aquí
para comer mi mondongo y tomar mi cerveza,
pensando mientras lavo mi ropa:
Debemos tener monarcas, supongo…
Bueno, bueno, ¡no es piel de mi nariz!
traducción: Hugo Müller