La alondra

De rojo iracundo de amanecer a rojo iracundo de amanecer,
las armas rebuznaron sin cesar, y ahora el sol enfermo
contempla sobre campos de odio difuminados, sembrados de sangre,
como si maldijera elevarse de nuevo.
¡Qué extraño el silencio! ¡De pronto, escucha!
De allá, a lo lejos, el trillado de oro de grano,
el arrebato saltarín de la alondra.

Una descarga de melodía que nos esparce desde la trinchera del cielo,
un nuevo y sorprendente enemigo que no podemos silenciar aunque lo intentemos,
una batería de alas radiantes, aquella desde la abertura de lana de oro,
nos lanza esperanzas en estas extrañas cosas,
como la alegría, el hogar, el amor y la paz.

¡Puro corazón de canción! ¿no sabes que estamos haciendo de la tierra un infierno?
¿o es que tratas de mostrar que la vida aún es felicidad y que todo anda bien?
¡Pequeñas y bravas alas! Ah, no en vano bates aquel pedazo de azul:
¡He aquí nosotros!, que resollamos en la lluvia roja de la guerra,
alzamos los ojos brillantes, vemos el Cielo también.

traducción: Hugo Müller

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