Tarde de Año Nuevo

Está cruelmente frío el frente de agua, silencioso y oscuro y espantoso,
sólo la negra marea revolcándose, sólo el silbido de la nieve y yo, solo,
como un despojo arrojado por la tormenta, en esta noche del alegre Año Nuevo
arrastrándome en el viento helado, pesado, lúgubre y lento.

Están tocando música en el salón de McGuffy, y está animado y brilloso su interior
(¡Dios! pero soy débil, desde el amargo amanecer, y jamás un poco de comida),
sólo iré y me deslizaré adentro, no debería dar lugar a la desesperación,
quizás pueda canturrear con un poco de alcohol si los muchachos se sienten bien.

Se burlarán y me despreciarán, y me llamarán borrachín de whisky
(“¿Quiere un trago? Bueno, le agradezco amablemente, señor, no importa si lo hago”)
un sucio salivazo de un devoto del gin, el extremo de la juerga del bar,
hundido, empapado y desesperanzado “¿Otro? Bueno, aquí para ti!”

McGuffy le está mostrando al grupo de muchachos cómo golpea Bob Fitzsimmons,
el barman está hablando de Tammany Hall, y por qué el jefe de guardia fue despedido.
Yo sólo me dirigiré a un rincón y me dejarán solo un rato, la sala se tambalea y gira y gira…
¡Oh Dios! pero estoy cansado, estoy cansado…

Ella usaba rosas en su pecho aquella noche. ¡Oh, su perfume era tan dulce!
Nos sentamos solos en el balcón, con el abanico de las palmeras arriba,
el embrujado tono de un vals de Strauss vino a nuestro frío refugio,
y aprisioné su pequeña mano en la mía, y susurré mi petición de amor.

Entonces de pronto la risa murió en sus labios, y humildemente inclinó su cabeza,
y oh, entonces vino de sus oscuros y profundos ojos una mirada que era el cielo para ver,
y los momentos se fueron, y esperé allí, y nunca se dijo una palabra,
y arrancó una rosa roja de su pecho y tímidamente me la entregó.

Entonces la música se inflamó hasta un estallido de diversión,
y las luces brillaron como el día, y yo la abracé rápido hacia mi palpitante corazón
y besé su hermosa frente.
“¡Ella es mía, es mía para siempre!» parecían decir los violines
y las campanas anunciaban el comienzo del año Nuevo,
¡Oh Dios! Las puedo oír ahora.

¿No recuerdas aquel último, largo vals, con su triste y sollozante estribillo?
¿No recuerdas aquel último adiós, y los queridos ojos ensombrecidos con lágrimas?
¿No recuerdas aquel sueño dorado, sin jamás un indicio de dolor,
de vidas que se hubiesen mezclado como una canción angelical en la bendición de los años por venir?

¡Oh, lo que he perdido! ¡Qué he perdido! ¡Ethel, perdóname, perdóname!
La rosa roja está desvanecida ahora, y han pasado cincuenta años.
¡Hubiese sido mejor morir mil muertes antes que vivir cada día como he vivido!
He pecado, me he hundido en las profundidades más bajas pero oh, ¡he sufrido tanto!

¡Oye! ¡Oh, presta atención! ¡Puedo escuchar las campanas!…
¡Mira! La puedo ver allí, linda como un sueño… pero se desvanece…
Y ahora puedo escuchar el espantoso murmullo de la concurrida corte…
¡Mira! El juez mira para abajo…
No culpable, mi Señor, lo juro…
Las campanas, ¡puedo escuchar las campanas nuevamente!…
¡Ethel, voy, voy!…

“Levántate, viejo, son las doce. No puedes dormir aquí, lo sabes.
Digo, ¿no tiene sentimientos usted?
Levante su embrollada cabeza, tome un trago por el feliz Año Nuevo, una gota antes de irse,
usted, condenado y viejo vagabundo…
¡Mi Dios! ¡Aquí, muchachos, está muerto!”

traducción: Hugo Müller

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