Mi centenario

Frecuentemente pensé que cien años es un montón de vida.
Y lo sabré algún día, tal vez, si los dioses son dadivosos
y me garantizan pasar la centuria.
Aún en todos mis ochenta años de ser
sólo conocí a un hombre anciano
que activamente sentía, escuchaba, veía
y sobrevivía más de la vuelta de los cien.

¿Pensando? No, no sé en qué cavilaba,
tenía el cerebro de un pequeñín,
y en su mente a menudo divagaba,
dudé si era capaz de pensamiento.
De cualquier modo no tenía mucho en qué pensar,
allá en la ciudad de su nacimiento,
dolorosamente pobre en un frugal modo,
manchado con la suciedad de la Madre Tierra.

Entonces un día conduciendo a su cabaña,
la choza en la cual había nacido,
lo vi comiendo un sucio puchero en el umbral,
tan fracasado y abandonado.
Pienso yo: le daré una alegría conmovedora,
una vuelta en mi abierto Cadillac,
y entonces le pregunté, y él estaba dispuesto
y lo instalé en el asiento de atrás.

Entonces puse el gran coche a través de sus pasos,
cien millas por hora o más, y él se aferró a mí con extrañas muecas,
(nunca antes había estado en un auto.)
El motor rugió y el camino estaba llano,
el viejo reía como un muchacho travieso,
y mientras conducía como el mismo diablo,
¡maldito sea! Se meó contento en los pantalones.

Y así coroné su larga existencia mostrándole como nuestra moderna velocidad
fácilmente puede aniquilar la distancia y responder a toda nuestra necesidad moderna.
Y me fui por mi camino con poco cuidado hasta que escuché un suave desmayo,
su conducción lo conmovió más allá de toda tolerancia…
¡el pobre viejo diablo! Murió al día siguiente.

traducción: Hugo Müller

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