Mentiras trumposas, ingente crecimiento de la pobreza en Estados Unidos

Trump le narra al mundo mentiras flagrantes sobre la recuperación económica yanqui. Aduce que según el órgano estadístico de su patria descendió el desempleo, aumentó el PBI y que por eso están subiendo la tasa de interés del dólar, siendo ésta su actual arma de guerra preferida. Las burbujas de deudas odiosas e impagables son un monumental escándalo internacional. El último crédito del Fondo Monetario otorgado al gobierno de Mauricio Macri en Argentina es una prueba fehaciente de la catadura delictiva de los funcionarios prestamistas, y su contubernio con el móvil mafioso-delictivo que guía la gestión de Cambiemos, encarnada en el saqueo a los tesoros públicos perpetrado por el eyectado “Messi de las finanzas” Caputo. A este robo descarado Trump le dio la venia de aprobación, y elogió a su “virrey”. Mucha cháchara que la economía interna de Estados Unidos creció pero si uno recorre sus grandes ciudades se encontrará con un panorama distinto, con la realidad de miles de homeless que se multiplican, personas de todas las edades, durmiendo sobre cartones, colchones pulguientos o directamente en el árido cemento. Debajo de típicos puentes de autopistas o ferroviarios o en parques descuidados donde despliegan sus pertenencias en inmundas bolsas de plástico que transportan en carritos de supermercados como símbolo de sus vidas en desgracia. Eso es lo que ha ocasionado hasta el momento la gestión de Trump.
Muchos recalan en las calles víctimas de préstamos usurarios que no pueden afrontar, y por los cuales pierden sus viviendas. Estados Unidos es el paraíso de los negocios inmobiliarios abyectos. El culto a la propiedad o al rifle es una cuestión de vida o muerte, se trata de una sociedad que vende desarrollo y progreso cuando muestra signos de primitivismo evidentes. El gobierno de Trump, líder de la bárbara derecha que parece regir las políticas públicas que se están implementando en todo el hemisferio occidental, sólo puede generar pobreza, violencia, suicidios, incremento del tráfico de drogas y la trata de esclavos, el armamentismo, el dolor y la muerte por todos lados, por no mencionar su agravio a la humanidad al desacreditar el cambio climático. Ya no son miles, sino cientos de miles los yanquis que han perdido la casa y deambulan como zombies degustando una pobreza extrema que se oculta en “la nación más poderosa del planeta”. Y la situación seguramente empeorará, porque los indocumentados que realizan los peores trabajos en las peores condiciones están siendo acosados y vejados en razzias indignas de policías parapoliciales.
El paisaje se repite en los suburbios de Nueva York, Los Angeles, San Francisco, Portland, Seattle, Washington, la misma Miami, la densidad de barrios infernales o apocalípticos. Allí los muertos por sobredosis se apilan en callejones, los extraviados mentales aspirantes a asesinos seriales deambulan comentiendo algún que otro crimen de ocasión. Los programas gubernamentales y las organizaciones de ayuda fueron clausuradas por leyes trumpistas, cada una de ellas filmada como si fuera un Nerón coqueto, registrando la patente de su blonda cabellera. Los albergues públicos que tanto visitó Bukowski se encuentran desbordados por lunáticos y ancianos resistentes al alcohol, muchos ex combatientes (de Irak o Afganistán, y de muchos otros lugares) en grado severo de depresión.

Algunos desocupados neohippies montaron tiendas de campaña y moran en vehículos, ajenos a toda preocupación sobre su futuro. La desigualdad y el índice de Gini, se han disparado a un ritmo alarmante desde el arribo de Trump a la Casa Blanca, y los beneficios de sus negocios se distribuyen cada vez en menos manos. Hablando con un homeless del estado de Oregon que prefirió mantener su anonimato, nos enteramos que viviendo en las calles uno aprende a convivir con ratas, se valora enormemente el agua corriente y uno puede divertirse asustando a los paseantes, aunque ello sea considerado un deporte de alto riesgo en cualquier calle del país. Por su parte, los ciudadanos que pagan sus impuestos están encolerizados por el olor a orina y heces humanas, y los objetos que los homeless depositan en las escaleras de sus casas. Los recortes del gobierno federal en los programas de vivienda y en instalaciones para salud mental hacen que muchas personas continúen su camino de degradación, mientras los gobiernos locales son incapaces de atender al crecimiento fenomenal de los desalojos y de los habitantes callejeros.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *