Futilidad
Desempolvando mis libros pasé el día ocupado,
no tomos ancianos, sagrados por el tiempo y sin leer,
modernos volúmenes, clásicos a su manera,
cuyos realizadores se cuentan entre los muertos,
hombres de una generación mayor que la mía,
con quienes parloteé, batallé y tomé vino.
Los adoré, me regocijé en su éxito,
resentido con el oro que acompaña la fama.
los creía casi inmortales, confieso,
y nada podría opacar la gloria de cada nombre.
¡Cómo examiné sus págines con deleite…!
Hoy los contemplo con tristeza en mi visión
porque la muerte ha agujereado a cada uno como un balón plano.
Un montón de años se han ido, están limpiamente olvidados.
¿Quién hubiese avizorado una condena tan espantosa?
¡Por Dios! Me gustaría quemar el maldito montón.
Sólo que los libros viejos son muy difíciles de quemar:
se carbonizan, parpadean y sus páginas dan vueltas.
Y mientras te paras para arrojarlos a las llamas
ves una línea viviente que apuñala el corazón.
¡Brava escritura aquella! Parece una maldita vergüenza
que una hoguera haga su parte.
¡Pobre libro! Estás llorando y no estás solo:
algún día alguien seguramente me quemará a mí.
No, desempolvaré mis libros y los abandonaré,
ya no miraré sus hojas nuevamente,
porque apenas un alma los recuerde estaré seguro,
releerlos sólo me daría pena.
Así que suspiraré y diré con labio rizado:
¡Futilidad! Tu nombre es la autoría.
traducción: Hugo Müller