Comprador de ventana
Me paré ante una tienda de golosinas que brillaba con luces navideñas,
vi a mis padres pasar y se detuvieron para sonreírme y continuaron.
Los dulces estaban amontonados en filas luminosas, en cada uno festejé,
¡qué juego!, contra el vidrio con la nariz achatada, tragando saliva cuando se acercaban,
así quieto me paré, y contemplaba y soñaba saboreando la dulzura con mis ojos,
devorando golosinas hasta que mi tienda parecía el paraíso.
Tenía, creo, alrededor de cinco años,
y aunque hayan pasado cuarenta aún recuerdo el frío temeroso,
la calle mugrienta, las ráfagas arenosas,
y cómo contemplaba aquella tienda, sus regalos tan cerca y a la vez tan lejos,
la caída del mazapán y el caramelo, el bar de chocolate y nuez,
imaginando qué compraría en medio de delicias tan ricas y raras…
El vidrio estaba empañado con mi aliento: “¡Sí sólo pudiera gastar un centavo!”
Y luego cuando volví a casa para el té, el pan con la manteca esparcida,
oh, cómo mis padres me tomaron el pelo:
“Estuviste parado casi durante una hora completa” dijeron,
“te vimos cuando pasamos de nuevo,
tus ojos estaban pegados a los dulces,
tu nariz aplastada contra el vidrio,
estabas como hipnotizado».
Pero cuando se rieron como en una broma
no pude reprimir una amargura que se despertaba en mi pequeño corazón…
Oh, los he perdonado por mucho tiempo,
sé que no tenían pesos para gastar,
su amor más comprensivo ha mostrado simpatía por aquellos sueños vanos
que hicieron de mi con mirada melancólica el Dios Comprador de Ventana todos los días.
traducción: Hugo Müller