Preludio

Soy incapaz de castigar la lira de Apolo,

de amor, ¡compañeros!, no puedo cantar.

Mi destino está aquí, a través de la mesa de la taberna,

para iniciar un coro a la cuerda de rasgueo.

No tengo ningún obsequio para invocar la pena de tu corazón,

no tengo el poder de tocar la nota del dolor:

todo lo que puedo hacer es una canción vulgar

o rugir un refrán rabelesiano.

Contemplen al trovador de vientre vacío,

que busca satisfacer a la multitud aburrida y expectante

fuera de la Opera con ukelele y estruendosas líneas de canciones sincopadas.

Su ritmo se burla de sus ansiosos y hambrientos corazones

de voces doradas y melodía divina:
Así… lanza una moneda al baladista,

así… escucha ociosamente mi canción.

Con un corazón humilde canto las rimas

y desnudo mis nalgas al látigo crítico,

un migrante sin gracia en la Tierra de las Letras,

cantando mis poemas descuidados.

Un bardo de bar… así que si si están arrojando una moneda,

páguenme una copa, y déjenme soñar y emborracharme,

porque a las estrellas del desprecio se dirige mi desafiante canto,

con el banjo golpeado y una Musa prostituta.

 

traducción: Hugo Müller

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