Duque exhibe su cinismo mientras prepara la guerra a Venezuela y asesina a líderes sociales

En sus primeros dos meses de gestión el gobierno de Iván Duque ya dio acabadas muestras de su prepotencia y cipayismo. Mmandó a realizar un referéndum “anticorrupción” que le salió para el culo, como a Santos el “proceso de paz”. Es que los más grandes corruptos de la tierra y los políticos con afanes belicistas –de los cuales está repleto el gabinete del presidente colombiano- son poco creíbles a la hora de abrazar causas pacifistas y/o de combate contra la corrupción. Ejemplos de ello son el ministro de Hacienda Carrasquilla, o el embajador en la OEA Ordoñez, a quienes se les descubrieron chanchullos horripilantes. Entretanto, el país está sumergido en una crisis económica, social, política y cultural que a estas alturas es abrumadora para la mayoría de la población.
Rodeado de asesores militares yanquis, narcotraficantes y paramilitares retrógrados, jueces y fiscales entrenados con los manuales golpistas de la CIA, su acción de gobierno resulta tan obvia como destructiva de toda veta o posibilidad democrática que le pueda quedar al país como un retazo desgastado de la doctrina de Jorge Eliécer Gaitán. Su principal leit motiv o tema de preocupación es la amenaza castro-chavista, encarnada en la figura del ex alcalde Petro, su principal rival en la contienda electoral. Heredó de su antecesor no sólo la hipocresía y el engaño sino los métodos siniestros para diluir el “proceso de paz” a través de los crímenes sistemáticos de ex guerrilleros y otros luchadores sociales que pretenden una paz justa y duradera, y no el continuismo nauseabundo que propone a cada rato. Puede ser demagógico hasta el cansancio, y dar clases de aburrimiento crónico en cualquier universidad de las que salen los “think tanks” de la derecha latinoamericana.
Los diez millones de colombianos clientelizados, manipulados, asustados e ignorantes que lo votaron son fruto de una crisis educativa alarmante, de la falta de salud mental y de un sector agrario hundido en un latifundismo infame que le asegura el negocio de producción y tráfico de cocaína a sus jefes de la DEA. Las grandes cadenas de medios de comunicación e información perpetúan el discurso de que cualquier propuesta política es “más de lo mismo”, y que la sociedad colombiana se encuentra degradada a tal punto que los conflictos más livianos o insustanciales se resuelven a través de la violencia extrema. Los partidos tradicionales están abarrotados de podredumbre y la “antipolítica” duquesa se extiende como un cáncer maligno por todo el país.
Duque ya fracasó porque no tiene la menor idea de cómo enfrentar las imposiciones del gran capital financiero, que asfixian a Colombia con constantes políticas de ajuste hasta dejarle un estado escuálido e inoperante. Todo el dinero se ha volcado al ejército y su entrenamiento para perseguir, torturar y matar dirigentes campesinos indefensos, y eventualmente, iniciarle la guerra en serio a Venezuela (ya no de palabras sino con hechos, como se demostró en el último atentado a Maduro). Por otro lado, comienza a advertirse que los platos rotos de la guerra comercial que se está dando entre las potencias hegemónicas los pagarán seguramente países como el suyo, con una frágil economía dependiente del negocio sucio de la cocaína.
Ante este panorama y hasta el presente, Duque sólo ha simulado emprender reformas tributarias, dando rienda suelta a su cinismo para mentir descaradamente sobre la erradicación de cultivos de coca y su ostentosa protección a las bandas paramilitares que ya pasaron a mejor mundo a varios de sus potenciales enemigos políticos. Las protestas sociales crecen y se encienden y eso lo alegra porque va a poder darle mucho trabajo a sus cuerpos de élite y a su torpe policía que aún no pudo dar con el criminal Guacho a pesar de haber anunciado a los cuatro vientos que lo tenían cercado, herido y al borde de la rendición. Por su parte, la aplicación de fórmulas esotéricas y de toda clase de ideologías del Apocalipsis, son síntomas visibles del fortalecimiento de los “neo” y “proto” fascismos, que demuestran una excelente salud en la Colombia de Duque.

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