El infernal campamento de refugiados de Moria
Ubicado en la mítica isla de Lesbos –donde se presume debieran prevalecer las lesbianas-, la violencia y las condiciones de vida en este lugar son espantosas, una afrenta a la humanidad más del traidor gobierno de Tsipras. Aquí confluyen refugiados de diferentes guerras perpetradas por la OTAN y Estados Unidos en Medio Oriente en los últimos veinte años. Sobreviven hacinados en un las carpas instaladas en un inmundo sumidero donde los niños intentan suicidarse para zafar de una espantosa existencia.
Guardias de seguridad griegos y de la Unión Europea conviven en la parte turística de la isla con los miembros de ONGs humanitarias –entre ellas la célebre Médicos Sin Frontera-, que revelan escenas trágicas y conmovedoras que ocurren a diario entre los desesperados refugiados, que prefieren escapar o morir en el intento. Es que a la hora de la repartija de comida las peleas entre las facciones de shiítas, sunníes, afganos, sirios, libios, de tendencia alqaedista, y varias modalidades y sectas de raigambre musulmana, suelen ser fatales, al punto de que ni Muamar Khan, la persona con el sueño más pesado del mundo, puede dormirse a la noche.
Las autoridades que visitan el campamento, cuando concluyen su recorrida, tienen que dirigirse a la carpa donde atiende la Cruz Roja o los mencionados médicos, y ver si le pueden cortar las arcadas que genera el olor pútrido de los excrementos y desperdicios humanos que allí se amontonan en forma promiscua. Varias organizaciones de caridad se retiraron de la isla y no se animan a volver, considerándola el mismo Infierno en la tierra. Hay 70 personas por cada baño químico, en cada tienda de campaña se albergan 17 personas, y el campamento se ha extendido a campos aledaños, lo que preocupa sobremanera a la población lésbica. Basta pensar que el campamento estuvo diseñado para contener a 2.000 personas y hoy ya excede las 8.000, y casi todos los días arriba algún bote perdido con desfallecientes implorando socorro.
Los kurdos se trompean con los árabes, intervienenen sunitas y chiítas y todo se pudre cuando aparecen los afganos. Unos violan y abusan a las mujeres de otros. La cotidianeidad en el campamento es un auténtico desmadre, y hay bataholas tremendas que acaban con los gases lacrimógenos que lanzan los guardias pertrechados, cascos blancos de la ONU que jamás resolvieron conflicto alguno, sino más bien tendieron a agravar todos en los que participaron. Las refriegas internas de Siria se reproducen en el campamento, donde hay incluso simpatizantes de Al Asad que darían una mano, sus ojos y venderían todos sus órganos gástricos con tal de escapar y regresar a su amado país.
Las reyertas suelen ser a puño limpio o con el uso de puñales. Cuando hieren a un refugiado el pánico cunde y se atraviesan momentos de zozobra. La clínica que atiende a la población del campamento apunta las necesidades dramáticas de sus pacientes. Los niños y los ancianos son los que más padecen problemas en la piel, ocasionados por las pésimas condiciones de higiene del campamento. Desarrollan enfermedades pulmoneras y mentales de una gravedad extrema. Desde Moria se ha reportado al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados de las Naciones Unidas y al Ministerio de la Salud de Grecia que las cosas están que arden, solicitando el traslado de los niños a Atenas, pero hasta el momento la ayuda dista de aparecer y el primer ministro griego alardea con anuncios rimbombantes que la economía de su país “se ha puesto de pie”. De hecho, el lugar está bajo la responsabilidad del gobierno griego, que ejecuta la política de «contención» de la Unión Europea, la que lo obliga a que los refugiados sean mantenidos en la isla y no se trasladen a territorio griego continental. Este acuerdo tenía como objetivo el retorno de miles de refugiados a Turquía y se ha viene implementando desde marzo de 2016. Sin embargo, desde esa época hasta julio de 2018, de acuerdo con estadísticas de la Unión Europea, llegaron a Grecia por mar 71.645 refugiados nuevos y sólo 2.224 optaron por volver al país de Erdogan. Bajo estas condiciones, se ha construido una verdadera “isla del Diablo” en el Mediterráneo, donde el sufrimiento humano que se atestigua cada día convoca a la misericordia o a la huida.