Dedicación

En la juventud crecí para pintar

la hermosura que veía,

pero por una restricción calamitosa

tuve que estudiar Leyes.

Ahora todo aquello ya pasó,

y no tengo  remordimiento,

porque al final soy libre de olvidarme la ley.

A la belleza recién nacida

con el pincel y el tubo jugué,

y a pesar de que desprecias mis trastos

algún día aprenderé a pintar.
Cuando tenga ochenta años

quizá los superaré,

y tú aún te verás como una gema.

El viejo Renoir solía pintar con el pincel atado a su mano paralizada,

su fervor de un santo, cómo lo puedo comprender.

Mi diversión es mi recompensa, y aunque sonrías amablemente,

garantízame que seguiré intentado, Dios, ¡por un pequeño tiempo!

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