La bondad repentina de Etiopía
Desde que asumió en 2018, Abiy Ahmed Ali, primer ministro de Etiopía, prometió que iba a cambiar la historia de guerras y desatinos en que incurrió esta nación africana desde su mismo nacimiento. Se trata de la primera persona de la etnia oromo –mayoritaria en el país- en acceder al cargo máximo de la administración del Estado. Ahmed Ali, un ex teniente coronel y cabecilla de los servicios de inteligencia etíopies, pertenece al PRDF (Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope) y cree en una combinación de Alá y rastafarismo. El tipo habla cuatro idiomas y en su discurso aboga por la unidad del país, simpatizando con la concepción de estado plurinacional de Evo Morales. “Quiero sacar a Etiopía del estado de emergencia y calamidad permanentes” –anunció. “Para ello, necesito el apoyo de la banca internacional porque en el fondo del Tesoro no queda ni un cobre” –aseveró.
Entre sus medidas más sorprendentes, el nuevo primer ministro se comprometió a implementar el Acuerdo de Paz de Argel, por el cual su país debe devolverle a Eritrea el territorio del triángulo de Yirga, incluida la estratégica ciudad de Badme, aún controlada por tropas etíopes entrenadas por Israel. La iniciativa anunciada a principios de este mes se enmarca en las numerosas reformas lanzadas por Ahmed Ali –de corte nacional y popular- que vienen generando descontento en los funcionarios yanquis y europeos que supervisan sus políticas. Los extorsionadores extranjeros condicionan al funcionario etíope amenazándolo con desfinanciar los “planes de rescate, de ayuda alimentaria y emergencia sanitaria” que coexisten impidiendo cualquier vestigio de normalización de la vida civil y tranquila en un país tan pauperizado como paradisíaco.
Badme fue el epicentro de la guerra de 1998 con Eritrea, que se prolongó hasta el 2001 y luego de desdibujarse un poco ante el aniquilamiento de ambos ejércitos, reapareció con alguna que otra escaramuza gracias a los servicios de los solícitos vendedores de armas franceses, españoles, italianos, alemanes, yanquis y, especialmente, del mundo árabe enamorado de la cultura occidental. Todavía los habitantes de los pueblos fronterizos se miran con discordia y ojeriza.
Awol Allo, asesor de Ahmed Ali, consultado por la televisión qatarí, defendió la propuesta del primer ministro: “Es hora de restituir la paz, es hora de que nos abracemos con nuestros hermanos eritreos. Es hora que hagamos un frente común, panafricano, en contra del neocolonialismo y las agresiones de ejércitos extranjeros. Al final, acá hubo muchos procesos de independencia y poca liberación, seguimos siendo esclavizados y colonizados por europeos ávidos de nuestra riqueza”.
Quien hurgue un poco en la historia, encontrará que Eritrea pertenecía a Etiopía, y recién obtuvo su independencia en 1991. Pero su acogida en “el concierto de las naciones y las relaciones internacionales” tuvo sus vaivenes, sobre todo porque el simple acto de nacer le ocasionó dos guerras absurdas: una contra Etiopía y la otra, contra Somalia, careciendo de los efectivos necesarios para tener una actuación digna en ambos frentes. Siendo tan belicosa de entrada, a Eritrea se la aisló y se le aplicaron cientos de sanciones económicas y sociales que no lograron mejorar el carácter despótico y autoritario de sus líderes, y mucho menos aliviar la situación de desastre humanitario imperante. En efecto, la situación generó un éxodo perpetuo de refugiados eritreos a Etiopía, escapando de la “mano dura” del líder eritreo Isaías Afewerki, cuyas declaraciones son tan rimbombantes o estrambóticas como las de Trump. Por ejemplo, rechazó la propuesta de su par etíope con los siguientes términos: “No necesitamos la caridad de los asquerosos etíopes. El territorio que nos ofrecen como regalo no es más que un páramo estéril, que se lo metan en el culo”.
Más allá de la extrañeza que pueda tener en el contexto contemporáneo “la devolución de un territorio”, lo cierto es que ambos países comparten una economía de subsistencia en un territorio en emergencia alimentaria, sísmica, ambiental y económica. Que cambie de manos un pedazo de Etiopía sólo puede traer más problemas y quilombos a la región del Cuerno de Africa.