La paz chota de las Coreas

por Máximo Redondo

Kim Jong Un nos defrauda, se va a reunir en junio con Trump en Singapur luego de haberle concedido la liberación de varios yanquis caídos en desgracia en la península y la suspensión de sus planes nucleares y amenazas contra la potencia mundial, obteniendo a cambio el guiño arrogante, el falso elogio, la palmadita en el hombro del líder yanqui, cada vez más enajenado y atragantado de poder, que ahora apunta sus cañones a Irán y Venezuela. Patético papel el suyo, que acaba avalando los planes nefastos del Imperio, que va a seguir husmeando y manejando a Corea del Sur como un ariete molesto con la finalidad de guerrear comercialmente con China y joderle la vida a cualquier país asiático que ose ponerse de pie contra sus planes ruines.

El mundo iba a tener un final feliz, y ahora se perpetúa su presente asqueroso. El caos atómico, la hecatombe nuclear con la que soñamos, se han desvanecido. El monopolio de las armas y la coerción parecen quedar en manos exclusivas de los yanquis. Ahora, de repente, después de más de 60 años de armisticio y conflicto blando, y luego de una ampulosa escalada verbal que puso los pelos de punta a los científicos encargados de regular el reloj del Apocalipsis, la fiera parece haberse calmado, haciendo buenas migas con su par surcoreano y suspendiendo los lanzamientos de sus misiles que hacían bostezar a los japoneses. ¿De qué se trata esta vuelta de rosca, este cambio sustancial en la evolución del enfrentamiento? ¿Qué es lo que vale la pena salvar? ¿Un modelo económico de liberalización financiera al servicio de sus colegas multimillonarios, sean estos dictadores africanos salvajes o banqueros o empresarios devenidos en presidentes serios y queribles, como las basuras de Macri y Macron? ¿Cuál es el orden de ideas sobre el que se sustenta la paz coreana, qué beneficios obtendrán de ella sus compatriotas amantes de los desfiles y la disciplina?

No vemos tiempos de bienaventuranza con este destino fatal. La amistad entre los pueblos es un cliché burdo del mundo de la diplomacia moderna. La paz coreana no añade un ápice de calma o regocijo a las millones de terrícolas que soportan la oleada de gobiernos de derecha que están asolando los cinco continentes ni da respiro a los palestinos y sirios asesinados a diario por las fuerzas yanqui-israelíes. Ni siquiera le da «seguridad» a los coreanos, ni les ofrecerá mejores condiciones de vida. Corea del Norte continuará siendo un país encerrado en una mística arcaica  y embrutecedora. Corea del Sur seguirá siendo una neocolonia, un alumno obediente del estilo de vida yanqui. A los japoneses no les cambiará la vida ni ganarán tranquilidad, persistirán en someterse a mafias y humillaciones de la potencia imperial estadounidense. Y China, tan lenta como truculenta, permitirá que Estados Unidos y Trump le sigan metiendo el dedo en el culo en el mismísimo mar que lleva su nombre. Si ésta es la paz que se avecina, preferimos a todas las luces la guerra sin cuartel.

Kim Jong Un está cometiendo un error fatal y le quedan pocos días para arrepentirse. Su educación en Gran Bretaña parece haber influido más que las enseñanzas de sus ancestros. Desistió de ser un nuevo Vietnam porque el costo podía ser demasiado alto: no sólo millones de muertos sino la destrucción final del planeta, que es lo que en verdad nos merecemos. Ahora ya no habrá amaneceres oscuros… Sólo queda ponerle fichas al régimen iraní, a los estoicos talibanes o a la disecada revolución bolivariana. Putin está muy arrugado, cuidando que todo le salga bien en el mundial, y ha dejado de constituir una amenaza hasta para el chocolatero Poroschenko, cuyas bandas fascistas continúan haciendo estragos en Ucrania. Ha comentado que la paz coreana le parece fantástica, y no se puede coincidir con un juicio tan ciego y errático. Chota, muy chota la paz coreana cuando el resto del mundo se descompone cada vez más por las patoteadas neoimperiales y el esplendor de las leyes del «libre mercado».

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