Nipones en extinción
Por Máximo Redondo
Desde hace décadas se viene hablando del problema del envejecimiento poblacional, la baja fertilidad y el paulatino deterioro de la calidad del esperma, como producto del estilo de vida degradante de la actualidad, con alimentos tratados con agentes químicos y orgánicos que, a la vez que buscan la eterna juventud, sólo acaban produciendo consumidores insanos. Y éste es un mal que aqueja tanto a Occidente como a Oriente, y en Japón está ocasionando más estragos que el accidente nuclear de Fukushima.
La preocupación por la fertilidad descendente en Asia llevó a que los organismos públicos comiencen a adoptar medidas como premiar a las familias numerosas con determinadas prebendas y beneficios sociales. Los chinos, luego de un plan inteligente que mantuvieron por años, mediante el cual se prohibía que los matrimonios tuvieran más de dos hijos, se echaron atrás, flexibilizaron el parámetro y hoy están siendo superados en población por la India, el país que más sufre el drama de la superpoblación, cristalizado en alarmantes índices de pobreza.
A los sucesivos gobiernos japoneses, desde el Plan Marshall en adelante, les dejó de interesar los problemas poblacionales, y celebraban ser lo suficientemente ricos para llenar de turistas connacionales todos los rincones del mundo. “Acá sobra gente en esta isla” –decía Hirohito. Y argüía “de algún modo, los muertos de Hiroshima y Nagasaki permitieron el crecimiento del país y la cultura nipona”.
De acuerdo con reportes de la ONU –el lector tendrá que creer o reventar, al igual que el autor-, en la década del ’50 la fertilidad en Japón era de 2,75 hijos por mujer, muy por encima de los 2,1 considerados necesarios para mantener la estabilidad de la población en un territorio de 377.962 km². En la actualidad, la fertilidad de las mujeres japonesas es de 1,44, lo que hizo que la población cayera en un millón de habitantes los últimos cinco años. El Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social de Japón advirtió que de continuar esta tendencia, la población pasará de los 126 millones actuales a 88 millones en 2065, y 51 millones en 2115, lo que no se sabe si será una bendición para las futuras generaciones.
Esto no sería grave, si por otro lado no se produjera un aceleramiento del envejecimiento, siendo actualmente los mayores de 65 años el 27% del total, lo que no sólo engendra un gasto previsional enorme (menos fondos para pensiones y seguridad social), sino que llena de gente los consultorios especializados en gerontes entre 80 y 90 años. Esto reduce sensiblemente la competitividad de Japón en el comercio internacional, porque son pocos los jovatos que trabajan, y los que lo hacen apenas pueden seguir el ritmo de los escasísimos jóvenes que aún se encuentran en Japón.
Así, con estas cifras, el sistema de seguridad social es insostenible. No hay joven en Japón que pueda vislumbrar un futuro esperanzador: tendrá que trabajar como un marrano para soportar una vida triste, con pocos hijos y toda la vida cotidiana mecanizada y automatizada. A pesar lo expuesto hasta aquí, Japón es uno de los países más densamente poblados del mundo. El problema radica que la población urbana pasó de ser el 53% en 1950 al 93% en 2016, lo cual da cuenta de un proceso de urbanización horripilante, y que en las ciudades pululan diversos males que agravan la infertilidad reinante, la apatía sexual generalizada. La contracara del fenómeno es la desaparición de cientos de aldeas rurales, donde se han asentado hordas de cerdos salvajes (y no lo decimos por los propietarios de los terrenos, sino por los animales que se adueñan de los pueblos extintos).
La famosa cultura japonesa de “sobrecarga de trabajo” ha impactado evidentemente en la fertilidad de los jóvenes, quienes ya no disponen de tiempo para la vida social ni para satisfacer necesidades básicas como dormir y comer. La “flexibilización laboral” ha llegado también aquí, como el trabajo en negro y la explotación y trata de personas. El “karoshi”, la muerte por sobrecarga laboral, se ha transformado en una epidemia en varias ciudades.
Ante este panorama, el gobierno de Abe instrumentó servicios de citas en todo el país, para promover enamoramientos que produzcan nipones frescos y rozagantes, pero fracasa por contrapartida, con la aplicación de medidas neoliberales que imponen regímenes laborales esclavistas, y que favorecen el imperio de las yakuzas.