Los banqueros son como todo el mundo, sólo que más ricos

Esta es una canción para celebrar a los bancos,

porque están llenos de dinero y entras en ellos

y todo lo que escuchas son clics y ruidos,

o tal vez un sonido como el viento en los árboles de las colinas,

que es el crujido de los billetes de mil dólares.

Muchos banqueros viven en salones de mármol,

que los consiguen porque alientan depósitos y desalientan retiros,

y particularmente porque respetan una regla

que apena a aquel banquero que la desatiende,

que es que no se debe prestar dinero a nadie

a menos que no lo necesiten.
Los conozco a ustedes, ¡cautos y conservadores bancos!

Si la gente está preocupada por su renta es tu deber

denegarles el préstamo de cinco centavos, sí,

incluso una inscripción en cobre del hijo martirizado de la Nancy Hanks tardía;

sí, si demandan cincuenta dólares para pagar por un bebé

debes mirarlos como Tarzan contempla a un mono engreído en la selva,

y decirles lo que piensan sobre para qué sirve un banco,

de cualquier modo, mejor será que vayan a obtener el dinero de la tía o tío de su esposa.

Pero suponga que la gente entra y tienen un millón

y quieren otro millón para apilarlo arriba del primero,

porque te rellenas con la leche de la bondad humana

y los instas a aceptar cada gota de ella,

y les prestas el millón, entonces tienen dos millones

y esto les da la idea de que estarían mejor con cuatro,

así que todavía tienen dos millones como seguridad,

de modo que no dudas en prestarles dos más,

y todos los vicepresidentes asienten con sus cabezas en ritmo,

y la única pregunta planteada es si los prestatarios quieren

que se les envíe el dinero o si se lo quieren llevar con ellos.
Porque creo que ellos merecen nuestro aprecio y agradecimiento,

los asnos que andan diciendo que la salud y la felicidad son todo

y que el dinero no es esencial,

porque tan pronto como tienen que pedir prestada

una suma de dinero irrelevante para mantener su salud y felicidad

se mueren de hambre, de modo que no pueden salir más

a despreciar al buen viejo dinero, que es nada menos que providencial.
 

Ogden Nash, traducción de Hugo Müller

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