El sanador
«No debería ser tuberculosis” dijo el viejo profesor.
“Si la gente me escuchara hubiese salvado a un millón de muertos.
No, ningún tísico necesita morir, tengo una cura.
De sangre de tortuga he destilado un elixir de mérito,
dejen que cada sufriente sea conmovido y cante por la alegría de la tierra,
aunque cada doctor se dé vuelta y me llame curandero.
¡Compañeros! Ellos no quieren curar porque la enfermedad es su carne,
soporto esta persecución y muero en oscura derrota:
¡ustedes, tuberculosos, oigan mi llamado!
Los salvaré a todos».
El viejo profesor ahora está muerto,
y las tortugas del mar
sabiendo que ya no necesitan extraer su sangre,
están dichosas en su alegría:
mientras los sanatorios están llenos de legiones condenadas.
Robert William Service, traducción de Hugo Müller