El gato con alas

Nunca viste un gato con alas,

te apuesto un dólar, bien, sí vi,

era una de esas cosas fantásticas

con las que uno se cruza en la vieja Madrid.

Era una gran Tom golpeadora

(quizá de la línea Angora)

con orejas de seda y patas de terciopelo,

pelo plateado, soberbiamente fino.

Se extendía sobre una alfombra carmesí,

y la gente se agolpaba para contemplarla,

era una gata altanera,

y parecía que no le importaba nada.
Miraba hacia nosotros con oscuro desdén,

e indolentemente parecía suspirar:

“no hay otro gato en España que

sea la mitad de lo maravillosa que soy”.
Su dueño golpeaba su cabeza gentilmente,

y le hacía cosquillas con dedos ligeros

 

“Ah no, no puede volar” dijo él,

“Pero vean, tiene las alas bien”.

Luego, dulcemente se levantaron de atrás de su espalda,
a pesar de sus miedos felinos,

apéndices que parecían faltos de vitalidad,

como las orejas de un conejo.

Y luego la visión que tuve de Tabbie

remontando a través de la noche
rápidamente se desvaneció y me sentí tan triste

por la penosa situación de la pobre gatita.

Porque aunque la frustración tenga sus aguijones,
y a pesar de sus burlas de la Esperanza,

el infierno de los infiernos es tener alas

a las que se les niega la bendición de volar.
Robert William Service, traducción de Hugo Müller

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