Lo que casi cada mujer sabe más temprano o tarde
Los maridos son cosas a las que las esposas deben acostumbrarse a tolerar.
Y con quienes desayunan y almuerzan.
Interfieren en la disciplina de los niños y se olvidan aniversarios,
y cuando han estado particularmente descuidados
creen que pueden curar todo con un gran beso,
y cuando les cuentas de algo horrible que han hecho,
sólo se muestran insoportablemente pacientes y sonríen con una sonrisa superior,
y piensan, oh, ella desistirá luego de un rato.
Y siempre toman cócteles más rápido de lo que pueden asimilarlos,
y si miras en su dirección actúan como si fuesen mártires
y tú intentaras sacrificarlos o inmolarlos,
y cuando es una cuestión de caminar cinco millas para jugar al golf
están muy energéticos, pero si se trata de hacer algo útil para la casa están muy letárgicos,
y luego te dicen que las mujeres son irracionales y no saben nada de lógica,
y nunca desean levantarse o irse a acostar a la misma hora que tú,
y cuando realizas algún rito simple, común, de jardín,
como ponerte crema fresca en tu rostro, o aplicar un toque de lápiz labial
parecen pensar que has adquirido algún tipo de magia negra como una sacerdotisa vudú.
Y son bravos y calmos y fríos y tranquilos sobre
las dolencias de la persona que prometieron honrar y cuidar,
pero al minuto que estornudan o tienen un dolor de estómago,
creerás que están a punto de perecer,
y cuando estás sola con ellos ignoran todas las menores cortesías,
como los cortejos y gracias, puntualmente les faltan,
pero cuando hay mucha gente alrededor te alcanzan
tantas sillas y ceniceros y sandwiches y manteca con tantos alardes e inclinaciones
que quieres darles un tortazo.
Los maridos son incluso una irritante forma de vida,
y aún por medio de algún capricho de la Providencia,
la mayoría está real y profundamente instalado en el afecto de su esposa.
Ogden Nash, trad. Hugo Müller