Trump y la influencia rusa
Por un judío del New Yorker
“En Moscú se están cagando de risa”. Esto declaró Trump en su más preciso análisis sobre el intento de Rusia de influir en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016. Con el avance de la investigación de Robert Mueller el consejo especial a cargo sancionó a trece rusos y HR McMaster, el asesor sobre seguridad nacional de Trump, dijo frente a un auditorio de dignatarios internacionales que la evidencia contra Rusia es “incontrovertible”, lo que aparentemente forzó a Trump a buscar una nueva línea de argumentación.
No fue hace tanto tiempo (en noviembre pasado), que luego de hablar con Putin en privado durante una cumbre en Vietnam, Trump declaró que creía en la negativa del presidente ruso. “Cada vez que me ve me dice ‘yo no hice eso’, y yo realmente le creo, cuando dice eso lo hace con sinceridad”. Pero un creciente e irrefutable cuerpo de evidencias sugiere que sí lo hizo, y que forzó a Trump a cambiar su rumbo: no importa lo que sucedió, Tump parece estar argumentando “no hablemos de esto porque hace parecer tonto a los Estados Unidos en los ojos de la gente que desenmascaró este entuerto en primer lugar.
Como alega la acusación de Mueller, el Kremlin se guió por “el objetivo estratégico de sembrar discordia en el sistema político estadounidense”, lo que equivale a decir, apoyar a Trump como un modo de arruinar a todos, o vulgarmente “escupirle el rancho a los yanquis”. El Kremlin se vio atraído por Trump en buena medida como un payaso y una bola de demolición, un fenómeno político que acabaría con el status quo doméstico estadounidense, desprestigiando el perfil del país a nivel global. Y Putin lo llamó famosamente “yarkiy”, que es una palabra tramposa que significa colorido, llamativo o chillón, el modo en que las luces de neón brillan en la marquesina de uno de los casinos de Trump.
El hecho de que Trump haya adoptado en la campaña posiciones políticas amenas para el Kremlin, como suspender las sanciones contra Rusia o unir fuerzas en Siria, hizo que su candidatura pareciera una propuesta “ganar-ganar”: o bien cambiando la política yanqui de un modo que beneficiara a Rusia, o fallando en tal intento, generar una crisis política total en Estados Unidos, lo cual, en un modo indirecto, también beneficia a Rusia. Hoy, parece que es el segundo escenario el que ha prevalecido.
El año pasado, en un reportaje por el tema de la intervención rusa en las elecciones estadounidenses, Alexei Venediktov, el editor en jefe de la radio independiente Eco de Moscú, declaró que “Trump era atractivo para el establishment político ruso como un perturbador de la paz, a diferencia de sus opositores en el establishment político yanqui”. Venediktov habló de Trump como una fuente de turbulencia, “lo que es útil de ver, ya que un país regido por turbulencias se cierra sobre sí mismo y deja libres las manos a Rusia”.
El escándalo en Washington de estos días no sólo ha tenido una utilidad política para Moscú sino también contiene una nota de profecía de autocumplimiento. Es divertido, en un modo tan satisfactorio como diabólico, por las diversas heridas y desaires que la élite política de la era Putin siente que han sufrido en manos de Estados Unidos a través de los años, tal como ellos lo ven, y las lecturas hipócritas sobre la importancia del gobierno y las instituciones, y el proceso democrático. La promoción de estos valores ha sido saludada con hostil escepticismo en Moscú.
Y ahora parece estallar todo en la cara de Estados Unidos. Y el presidente yanqui, dependiendo de la hora, en abierto conflicto con el Congreso, la prensa, los servicios de inteligencia y también con su propio asesor de seguridad nacional. La suerte de turbulencia puede dejar a Estados Unidos paralizado e indeciso, incapaz de hablar con una voz común, o incluso coherente, sobre una cantidad de importantes asuntos políticos. Esto se hace más patente en Siria, donde Moscú ha suplantado a Washington como el poder externo dominante. Las manos de Rusia han sido liberadas.
El domingo a la noche en Moscú, los principales medios le dedicaron breves espacios al tweet de Trump, traduciendo su llamado como “¡Sé más lista, América! Debió ser también divertido para los tecnócratas políticos –como son llamados los gerentes de la escena doméstica en Rusia- ver a un presidente de los Estados Unidos en guerra con buena parte de su sistema político, mientras al mismo tiempo el Kremlin se prepara para una serena y casi inadvertida coronación de Putin en su cuarto período presidencial el próximo mes. No tendrá que afrontar incómodas preguntas sobre los medios y la expulsión de miembros del Parlamento, y ciertamente no habrá fiscales independientes. Qué gracioso sería ver cuánta turbulencia aquellas instituciones pueden agitar contra su adversario. La cuestión –que tendrá una respuesta más temprano que tarde- es si la broma recaerá sobre nosotros o ellos.