Los años de crepúsculo de Samuel Shy

Dueño debo ser pero no de mi destino.

Ahora vienen los besos, demasiados, demasiado tarde.

Dime, oh Parca, por placer sabría,

¿dónde estaban los besos hace tres décadas?
Estaba lleno de muchachas,

muchachas de julepe de menta, muchachas de cerveza,

alegres, más jóvenes, casadas y muchachas de impetuosa carrera,

las muchachas de mis amigos

y las esposas de mis amigos,

algunas establecidas con suficiencia y otras en cabos sueltos,
muchachas tristes, muchachas serenas,

muchachas sin aliento y turbulentas,

debutantes cosmopolitas, matronas suburbanas,

todas ellas amigables,

todas ellas cordiales,

inocentes despertadoras de instintos primordiales,

pero aunque estén sanas y ricas,

aún no me perdieron, ninguna de ellas,

ni siquiera Jenny, me besó una vez.
Estas muchachas muy similares,
que conmigo envejecieron

ahora se relajan libremente con una cabeza en mi espalda,

y ahora vienen los besos,

una corriente en avalancha completa,

los besos insignificantes, demasiados, demasiado tarde.

Me besan al decir hola,

me besan al decir adiós,

si les ofrezco fuego, entonces hay un beso como respuesta.

Me besan en las bodas,

me besan en los despertares,
la caída de un sombrero es lo menos que lleva.

Me besan en los cocteles,

me besan en el puente,

todo es automático, como abofetear un mosquito.

El sonido de sus besos es fuerte en mis oídos,

como las langostas que pululan cada diecisiete años.

Mi querida debería encomendarme como demente senil,

es por los besos superficiales, inconsecuentes.

Respóndeme, oh Parca, por placer me gustaría saber,

¿dónde estaban estos besos hace tres décadas?

 

Ogden Nash, trad. HM

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