Polonia: líder de la ultraderecha mundial

por Hugo Muleta

Polonia es uno de los focos donde la ultraderecha se ha arraigado de manera inquietante. Recientemente, la devaluada Unión Europea amenazó con sancionarla y expulsarla si llega a implementar una reforma judicial que le permitirá al PIS (Partido Ley y Justicia) en el poder manejar el aparato judicial y los jueces a su antojo, tal como lo hace Macri en Argentina sin siquiera necesidad de una reforma.

 

En noviembre el PIS ha organizado, como todos los años, la Marcha de la Independencia, donde 60 000 neonazis y bandas fascistas declaman su racismo y ejercen violencia contra compatriotas que les parecen poco comprometidos con la causa nacional. Este año el Parlamento europeo llamó al gobierno polaco y le recomendó «tomar las medidas apropiadas y condenar firmemente [esta] marcha xenófoba y racista».

Cualquiera que viaje a Polonia tendrá la oportunidad de conocer a las pandillas de ultraderecha que azotan las calles de las ciudades principales. Más allá de este rasgo casi folklórico del país, en los últimos años el desempleo ha disminuido, los salarios han crecido en relación con la inflación, y el crecimiento económico ha superado las previsiones de los organismos internacionales de crédito. En una época fértil de su larga historia, Polonia dio grandes luminarias a la humanidad, y grandiosos revolucionarios y comunistas. Hoy el polaco medio es antisemita, islamófoo, ucranófobo, germanófobo y se muestra hostil hacia cualquier extranjero, tal como ocurre en Hungría, que fue el único país europeo que defiende (y admira) el neofascismo polaco.

El culto a los soldados malditos -los combatientes de extrema derecha, de la resistencia armada anticomunista de la década del ‘40- es el fundamento de la política histórica del PiS, que propaga el modelo de familia patriarcal como base de su política social. El Ministerio de Justicia ha dejado de financiar los números de alerta para las mujeres víctimas de violencia doméstica y sus medidas y acciones relacionadas con el aborto y el sexo son más retrógradas que las que imponía la célebre Inquisición.

El vapuleado “estado de derecho” es un oxímoron ridículo en tierras polacas. Los conservadores más rancios se despliegan a sus anchas en los cargos públicos, y dictan sentencias absurdas, dignas de un confundido estado policíaco. Allí conviene aceptar la opinión de los católicos sin reparos. Se hace lo que piensan y piden ellos, en todas las áreas de gobierno.

En su estructura social y política, Polonia está profundamente fragmentada en dos campos: por un lado está el PiS, partido nacionalista y clerical, bastante pequeñoburgués, que dispone de un apoyo importante entre las personas mayores, los menos instruidos, las más católicas, que viven en las ciudades medianas y pequeñas de provincias. Es claramente mayoritario entre quienes tienen las rentas más bajas. El otro campo agrupa a las fuerzas liberales, democráticas y laicas, que se identifican en general con la Unión Europea y ven en ella un apoyo contra el nacionalismo.

La izquierda, otrora importante, está prácticamente ausente de la confrontación que polariza el país. La salida no va a venir por allí sino que el giro a la derecha se profundizará. Por lo pronto, el gobierno está decidido a tensar al máximo sus relaciones con la UE, y si no le gustan sus leyes, tendrán que echarle PiS encima y tomar su rumbo propio. Como vanguardia y centro gravitante de la derecha global, hay que prestarle atención a lo que pase en Polonia, si el gobierno decide empacarse en sus propósitos de volver a aplicar los valores y leyes del medioevo, o si da el brazo a torcer, temeroso de una costosa salida de la UE, viendo el desastre en que se está convirtiendo Gran Bretaña.

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