Lecciones de Diciembre
Por Leila Soto
Ayer hubo una impresionante manifestación popular. Si no pudieron ver las fotos, los drones, es porque se quedaron viendo a los infiltrados, los violentos funcionales a los que fue imposible parar. Por más intentos de distraerlos, usaban como escudo humano a la manifestación. Desafortunadamente están naturalizados en el paisaje politico. Lamentablemente las organizaciones convocantes no estuvieron a la altura de la circunstancia, porque es un hecho que el escenario de creciente represión debe ser abordado con más organización y anticipación a los hechos. Hubiera sido importante buscar formas efectivas de neutralizarlos. Quizás sea la primera lección a tener en cuenta.
El periodismo que todavía se siente con ganas de hacer algo digno de la profesión puede intentar analizar la cuestión, aportar información útil, contribuir a la identificación de tipos de represión. Pero por sobre todas las cosas: no hay que dejarse llenar la agenda de carne podrida.
Esos grupos estuvieron haciendo un show cómplice con los policías durante buena parte del día. Los móviles en el centro de la plaza Congreso podían capturar las escenas de la trifulca picapedrera que se concentraba en las calles laterales. En el recinto se pide cuarto intermedio para calmar ánimos. Incluso algunos organizadores de la marcha ingenuamente mienten a los manifestantes diciendo que se había suspendido la sesión. Les piden calma. Pero el tablero represivo ya estaba posicionado. La manifestación no se disolvería por sí misma. Adelante y al costado de las cámaras sólo habá jóvenes anarquistas, lúmpenes y policías infiltrados (capaz que todos en uno).
Pero como se vió con los cacerolazos nocturnos, había mucha gente con necesidad de expresarse, los manifestantes sueltos que han sido sujetos políticos desde que la descomposición de la actividad partidaria y sindical es un hecho, seguían como zombies observando una realidad operada, no ya mediáticamente sino en la calle pura y dura. Para los miles de jóvenes que sólo recuerdan vagamente el 2001 o que no pudieron asistir a una de las últimas grandes trifulcas que se armó en la Cumbre de 2004, ayer experimentaron en carne propia los efectos amansadores de una feroz represión. Cuidado con esas experiencias, cuando no matan o indignan hacen algo peor: atemorizan.
Como en la marcha contra el 2×1, existe un núcleo duro de personas que preserva una cultura de lucha histórica, de colectivos que protestan, no con el objetivo de la especulación política, sino con la convicción que da la coherencia, la intuición. Hay una lección histórica que no es de los últimos diciembres sino desde los orígenes mismo de la nación: este pueblo no gana ni conserva nada si no es luchando, resistiendo y denunciando.
Se sabía que en el Congreso se estaba gestando una ley traidora a los intereses de las mayorías. Que unos cobardes estaban acuchillando por la espalda no a un emperador sino a los ancianos, espantosamente golpeados por la ola neoliberal de los ‘90. Que esos cobardes tienen amigos cobardes en los sindicatos como la UTA, o la CGT y su paro maricón y titubeante. En los medios con sus periodistas mercenarios. Los mentirosos y manipuladores que venden “posverdades” trollistas a sus usuarios.
Todos ellos, policias inflitrados y violentos mezclados en el mismo lodo, estaban a punto caramelo en la hermosa tarde del 18. Con viento a favor, la manifestación fue in crescendo, queriendo acercarse al Congreso. Los policías adoptaron una estrategia de paciencia y acomodo, apostaban a un pelotón adelante como si fuera la cara de Mohamed Alí burlándose de la lentitud de su adversario. Allí fue la marea humana gritando y cayendo en la más tonta de las provocaciones. Tanta provocación genera una lluvia impresionante de piedras, una arremetida digna de las muchedumbres de Springfield. El cuarto intermedio se levanta alrededor de las 16 horas y Monzó anuncia que tiene la confirmación de Seguridad que en media hora se termina el problema de afuera.
Efectivamente, los tiradores de gases con morteros que lanzan a 60 metros de altura, estaban apostados en los edificios. La lluvia de piedras fue trocada por la de gases que caían sobre las cabezas de los manifestantes, dispersando a una multitud que hizo una valiente demostración de coraje. Controlado el pánico, columnas apretadas de personas se dispersan por las calles laterales del Congreso. En riesgo de una avalancha constante que dejara a muchas personas aplastadas y pisoteadas por otros, se hizo la retirada táctica. Si uno estaba adentro de la masa, sólo podía sentir los gases, no podía ver más que la nuca de sus compañeros y controlar no caerse, sin saber si por delante no había motos cazando y gaseando. Si no fue una tragedia de muchos muertos fue por la habilidad de miles de mujeres y varones de todas las edades que mantuvieron la templanza.
El resto de la tarde fue de manual. Un grupito resistendo y la policía cada tanto saliendo con sus ataques cobardes. Como si fueran carroñeros con habilidades para distinguir en la población a los más débiles, fueron correteando a la gente, gaseando a los abuelos que se quedaban atrás, asustando y mostrando de qué está hecho el neoliberalismo. Está hecho de gente que lo tiene todo… y más. De gente que se llevó la plata antes de 2001, después del 2001, antes del Cambio, y despues del Cambio. Con el poder suficiente para pagar a una policía energúmena, mal entrenada o entrenada sólo para reprimir la protesta. Estos policías no se enfrentan con ningún capo del narcotráfico, si tuvieran un terrorista del Isis adelante se mean en sus pantalones, pero con las putas y los travestis se hacen los valientes. Da lo mismo si sus superiores los mandan a reprimir en colectivos recapados y mueren en una ruta camino a Jujuy o si le rompen la cabeza por culpa del pelado de Ocampo que decidió dejarlos como sebo. Esta policía y todas las policías siguen saliendo del mismo lugar de donde salen todos los trabajadores y pensionados que ayer protestaron. A esos sujetos alienados para la represión social hay que llenarles la cabeza, no rompérselas de un piedrazo.
Esto inclusive puede ser el globo de ensayo para otras mal paridas reformas o más bien restauraciones a sistemas de gobierno retrógrados, ultraconservadores. De hecho, si no estaban contentos con la rebaja a los jubilados, los cambios fiscales bajan las contribuciones patronales asegurándose una desfinanciación del sistema previsional que por supuesto, es funcional a los privatistas de siempre. De nuevo, somos laboratorio del sistema financiero para saber qué tanto conflicto social puede tolerar un país con oleadas de neoliberalismo. La táctica patoteril combinada con la grasada discursiva, podría parecer hasta ayer tolerable a nuestra sociedad. Pero la idea de vulnerar aún más a los sectores más pobres y estigmatizados era demasiado. El testimonio vivo del diciembre de 2001 funciona de manera tangencial. Sirve como inmunidad para el discurso hueco del cambio que oculta la restauración oligarca.
La ley previsional, contra todos los pronósticos macristas, no salió con fritas. Sale indigesta, mal parida, sin poder ganar la disputa de sentido. No hay posverdad que pueda ocultar su malparida ideología. No habrá operación mediática, catastrófica, o lo que sea, que pueda ocultar lo que a simple vista es un elefante en un bazar. Ese histórico conflicto entre democracia y derecha hoy expresa uno de sus malos momentos. Como pareja patológica, se sabe que la democracia y la derecha no tienen posibilidades de vincularse saludablemente. El punto de inflexión ideológica que presenta este ajuste a los jubilados es que no se puede ocultar todo el tiempo a todo el mundo una mentira. A la larga hay percepción de que el gobierno de los CEOs no estaría trabajando para los sectores populares que lo votaron. Si doña Rosa todavía no se enteró es porque mira TN todo el día. Pero tarde o temprano, el impacto del empobrecimiento (directo a 17 millones de personas) e indirecto que provoca una medida de esta naturaleza, pone de relieve el grado de solidaridad social que la Argentina pretende tener como valor de marca. Insólitamente, ayer nuevamente el piquete y la cacerola volvieron a confluir en la coyuntura. A pesar de todos los recelos de clase con los que la posverdad manipula el sentido, no hubo suficientes muros que insultaran a los “negros de mierda” por violentos. A pesar de la derrotista actitud de mucha militancia sindical, partidaria y politica, los clasemedieros de muchos barrios dieron una muestra espontánea de solidaridad social que bien deberían aprender. Esa lección, la dan los sujetos políticos que son siempre “hablados” por otros. Para los que aún mastican bronca contra el anterior gobierno, vaya esa reflexión, la autocrítica debería de empezar por casa, todos esos gremios aburguesados discutiendo por ganancias que eran muy fáciles de eliminar. Bien, ahora que la “ganancia” del sueldo no acerca a un 0 km sino al pobre laburante informal que vuelve a escarbar la basura, entonces es el momento para sacudirse el prejuicio. No hay que tenerle miedo a la pobreza ni odio a la riqueza, hay que tener cuidado con los intereses y derechos propios, porque siempre habrá gente que los quiera vulnerar.