La paz del nobel Santos

por Alvaro Correa (informado por Daniel Kovalik)

Hace un año le dieron el premio nobel al muñeco de torta/enano de jardín Juan Manuel Santos, por liderar un proceso de paz que hoy se encuentra estancado y olvidado por las abultadas cifras de asesinatos de sindicalistas, líderes sociales y defensores de derechos humanos (mayoritariamente indígenas y afrocolombianos), crímenes de paramilitares, a la vez que la producción de coca volvió a colocar el país en el liderazgo mundial de la sustancia andina venerada por Freud. A esto cabe añadir una buena cantidad de ex miembros de FARC también últimados, aprovechando su “desarme”, lo que ha motivado a la guerrilla ELN a suspender sus negociaciones con el gobierno.

Sin embargo, son escasos, o nulos los medios que reproducen noticias malas del país cafetero, donde los paramilitares –una de las patas principales del conflicto- se campean y hacen lo que quieren matando campesinos o luchadores sociales. Se han apropiado de gran parte del territorio que antes controlaban las FARC y, envalentonados por la impunidad que les confiere Santos, dan rienda suelta a sus vejámenes y asesinatos. De hecho, según el criterio (más bien relato posverdadesco) del presidente, los paramilitares no existen en Colombia, lo que hay son “bacrims” (bandas criminales). El cinismo es la estrategia discursiva y performática preferida del mandamás colombiano.

Por su parte, los paramilitares no sólo han pasado a gestionar el negocio de la droga, abarcando sus actividades también la minería ilegal, y lo que les da seguridad jurídica y tranquilidad al alma, hacen changas para corporaciones nacionales e internacionales. La ciudad portuaria de Buenaventura es el ejemplo más cabal de esta situación. Allí los paramilitares se han apoderado de las calles, y han cometido crímenes macabros que espeluznan a la policía local, siendo sus víctimas preferidas sindicalistas, luchadores sociales, activistas de causas nobles de los barrios más carenciados que se oponen a la entrega de los recursos naturales. Ya lo habían hecho a instancias de Coca-Cola y la empresa yanqui Chiquita, que admitió pagar 1.7 millones de dólares a grupos paramilitares entre 1997 y 2004, y de entregarles 3.000 rifles kalashnikov para subyugar a la región bananera de Urabá, donde mataron a miles de colombianos indefensos.

Si uno se remonta a la historia, fue el general estadounidense William Yarborough quien creó a los paramilitares, aún antes de la existencia de las FARC. El New York Times publicó un artículo donde relata cómo la CIA ayudó al menos a 40 paramilitares a fugarse de la justicia colombiana para ser recibidos en Estados Unidos, donde fueron exonerados de toda culpa, cuando en Colombia están todas las pruebas de sus crímenes y violaciones –masivas y severas- de los derechos humanos.

El slogan de la “guerra contra las drogas” es una mascarada de Estados Unidos para controlar el negocio y ejercer un neoimperialismo crudo y rudo. Cuando Estados Unidos invadió Afganistán en 2001 los talibanes habían erradicado casi en su totalidad el cultivo de amapola. Actualmente, tras 16 años de masacres y con el mayor contingente de soldados yanquis fuera del país, la CIA y la DEA aún rondan por ahí, toda vez que Afganistán proveel el 85% de la heroína que se trafica en el mundo, siendo el principal consumidor (no sólo en este rubro sino en todas las drogas) “el país de la democracia, la libertad y los sueños”.

Y encima, para colmo de males, una de las personas más influyentes del país continúa siendo el ex presidente, y conspicuo organizador de paramilitares y traficante de drogas, Alvaro Uribe Vélez. Estos atributos no son antojos de este cronista, hace ya varios años se filtró un documento de la Agencia de Inteligencia de la Defensa estadounidense (DIA, por sus siglas en inglés) que lo ubica a este influencer en el puesto 82 de los principales traficantes de droga de Colombia y que tenía vínculos estrechos con Pablo Escobar y el cartel de Medellín. A pesar de ello obtuvo la Medalla Presidencial de la Libertad de George W. Bush y Barack Obama lo acogió en la Casa Blanca como un héroe, siendo recibido también por el papa Francisco, cuando no hay que ser demasiado advertido para conocer sus constumbres rufianescas de criminal internacional de relevancia.

Otro cliché o lugar común alarmante sobre Colombia, y la paz que ha propiciado Santos, es que es un país “excelente para hacer negocios”. Efectivamente, según la mentalidad obcecada de los pregoneros del neoliberalismo, cuanto mejor es un lugar para hacer negocios, más atrocidades han de contribuir a un clima propicio para que los negocios fluyan favorablemente. Del mismo modo, cuanto más líderes sindicales y luchadores sociales se eliminan, más rápido se acrecentarán las ganancias. La guerra es el principal negocio actual del imperialismo, y se nutre de esta paz santista. Por eso Estados Unidos no sólo hace lo que quiere en Colombia sino que gobierna Honduras como una colonia.

Nadie informa tampoco que en Colombia existen actualmente casi 8 millones de desplazados, mientras oímos constantemente rumores y comentarios sobre lo mal que marchan las cosas en Venezuela, o que Maduro hizo una declaración absurda o altisonante, sólo porque se resiste a la invasión yanqui y a los atropellos de la derecha, que parecen estar ahora ancestralmente arraigados en territorio colombiano. En Venezuela no hay ataques generalizados contra líderes sociales y de derechos humanos como en Colombia. No hay enormes poblaciones huyendo como muestran en los noticieros de los medios hegemónicos. De hecho, Venezuela ha acogido a 6 millones de refugiados colombianos. Así que cuando se habla de oleadas de venezolanos que huyen a Colombia, se soslaya esta realidad: ante 500.000 venezolanos que se trasladaron a Colombia en los últimos quince años, 6 millones de colombianos cruzaron al país vecino para obtener alimentos, educación y salud en forma libre y gratuita.

Como dijeron los profesores Herman y Chomsky (2013)[1] en los medios de comunicación occidentales predomina la preocupación por las víctimas dignas, silenciando a las indignas. Las “víctimas dignas” son las asesinadas y oprimidas por los enemigos y adversarios de Estados Unidos (el famoso y dichoso Eje del Mal). Por lo tanto, si se oprime a alguien en China o Rusia, todo el planeta se enterará. Pero si alguien es asesinado (erróneamente) por Estados Unidos o por sus aliados, como Colombia, entonces muy pocos lo sabrán, ya que se tratará de víctimas indignas. En síntesis, vivimos en un mundo orwelliano, en el que se apoyan dictaduras y actos represivos en aras de la libertad de comercio. Es repugnante, y el pueblo colombiano debería despertar a la realidad –y hacer la revolución- antes de que sea demasiado tarde.

[1] Los guardianes de la libertad: propaganda, desinformación y consenso en los medios de comunicación de masas. Barcelona, Austral, 2013.

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