Horror apocalíptico en el Chad
por Hugo Muleta
Como todo país africano adaptado a los tiempos violentos, en Chad el presidente es un militar graduado en Francia como piloto de combate y en técnicas de tortura y de imposición violenta de la voluntad personal. Su gobierno represivo ya duró más de 20 años y su Movimiento Patriótico de Salvación maneja el país con puño de hierro. Se llama Idriss Déby y los ejércitos occidentales que llegan a su territorio tienen que desarrollar sus misiones bajo una vigilancia estricta de su cuerpo de élite, compuesto por una mezcla de caníbales eunucos y degradados de Boko Haram. Lo cierto es que el país se halla sumido en una catástrofe humanitaria de dimensiones que empalidecen los desastres de Yemen o de los rohingya. La combinación de sequía, hambre, guerra civil constante, conflictos étnicos y religiosos (a la vez que políticos) ha desintegrado la cohesión social. Las historias que cuentan los chadianos a los emisarios de la ONU y ONGs que llegan hasta esta salvaje nación hacen que resulte un chiste la situación en Palestina.
El lago Chad es permanentemente surcado por milicias enloquecidas que matan sin ton ni son. A la larga guerra se suma un dramático cambio climático, que ha obligado a millones de personas a trasladarse al desierto donde las posibilidades de supervivencia son escasas. El lago se ha encogido en forma abismal, pasando de haber tenido 25.000 km2 en 1970, a una superficie actual que apenas alcanza los 2.500 km2, afectando a los pobladores que se dedicaban a la pesca, la agricultura y la vida silvestre, ya que los recursos naturales se esfumaron o contaminaron de modo irremediable.
Las aldeas que aún subsisten a la orilla del lago, aposentadas en islotes, son saqueadas por el ejército o células de Boko Haram, ocasionando auténticas tragedias humanas con sus degollamientos. Allí hay una alarmante falta de alimentos, y el 90% de los niños se encuentran desnutridos o al borde la inanición. En parajes inhóspitos los sobrevivientes levantan chozas precarias. Obtener agua aquí es muy costoso y la economía regional es inexistente (no hay mercados donde conseguir cerveza o algo fresco y nutritivo), por lo que esta gente sobrevive por la ayuda humanitaria de la OCHA (Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU) y de la ONG Oxfam Intermón, famosa por pretender ser protectora de los pobres y las poblaciones más vulnerables del planeta.
Los misioneros que arriban a estos pagos se ven recompensados por el paisaje de ensueño que conforman las manchas de vegetación colorida al final de la primavera. Las manadas de dromedarios, cabras, kouris (las vacas típicas del lago), pájaros exóticos y monos, se confunden con las caravanas de desplazados perdidos en el desierto como los judíos ambiciosos de la época de Moisés. Los chadianos se visten con atuendos blancos que resaltan su esbeltez. Las chadianas luces gafas de sol sugerentes y mueven sus cuerpos graciosos con gran desenvoltura mientras hacen cola para buscar agua del gran pozo que donó Oxfam. El índice de desocupación en la localidad de Kaiga ha alcanzado esta mañana al 100% de la población. No habrá oportunidades para huir hacia el norte, como hacen miles de subsaharianos. Mejor quedarse en la calma rancia de la desolación, ya que desde ahí pueden surgir espíritus y ángeles salvadores, ejércitos de zombis que se reclutan en menos de un minuto y que salen a vengar crímenes, el optimismo necesario para soñar que mañana se comerá algo más que un puñado de sorgo por familia.
Por el momento, Déby mantiene la prohibición de pescar en gran parte del lago y ha cerrado la ruta comercial con Nigeria con el propósito de aislar a Boko Haram. Todo indica que su estrategia ha fracasado, y el hambre y las enfermedades están diezmando rápidamente a las poblaciones lacustres. La desesperación de las familias hambrientas crece y la ayuda humanitaria es insuficiente, siendo éste quizás el desastre más grave del continente, y al que muy pocos prestan atención.