Grecia o el destino horrendo de los traidores obsecuentes
Por Fidias Konstantinopoulos
En 2015, cuando Alexis Tsipras se exhibía decidido a romper con la Unión Europea y concretar un Grexit dando un portazo orgulloso a los jerarcas banqueros que habían solventado su socialdemocracia deslucida y achacosa, había engendrado una ilusión en todas las corrientes y proyectos de izquierda europeos, que llegaron a alabar su carisma y desenvoltura discursiva. Hasta organizó un referendum para preguntarle al pueblo si había que aplicar o no las imposiciones de la troika (Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), triunfando ampliamente el rechazo a los planes de ajustes y recortes básicos propuestos por los usurarios organismos de crédito internacionales. Sin embargo, a la hora de las negociaciones y las reuniones con los preocupados banqueros, Tsipras hizo caso omiso de los intereses y necesidades de su pueblo, y desde entonces continuó –y a esta altura parece haber perpetuado- la seguidilla de planes de la troika hasta dejar al país con las cifras y valores de un país en guerra.
De hecho, los niveles de pobreza del país helénico son los más altos de Europa, y su deuda pública ronda el 200% del PIB. A pesar de intervenir los organismos de estadística para que proporcionen cifras menos alarmantes, los resultados de los “rescates” son devastadores. El país no sólo se encuentra sumergido en una profunda recesión económica, producto de reducciones de subsidios en las áreas de salud, seguridad social, educación, cultura, entre otras, lo que ha afectado severamente la calidad de vida (y de muerte, aunque la tasa de suicidios subió ostensiblemente desde la aplicación de los planes de ajuste, prefiriendo muchos griegos morir temprano y no soportar la humillación y sufrimiento de vivir permanentemente “recortado”).
A Grecia ya se le aplicaron tres planes de «rescate» por casi 500.000 millones de dólares, y se está programando un cuarto rescate. Esta perversa dinámica del mercado de capitales no ha podido sacar al país de una cada vez más angustiante crisis, cristalizada en la tasa de descoupación, que pasó en 2008 (dos años antes del primer rescate) de 7,5% a la cifra actual, de 26,76% (más del 50% en la población juvenil, de entre 18 y 25 años).
Los planes son calcados uno de otro y no tienen nada de original, ya que su aplicación se da a nivel global, implementándose a sangre y fuego si hiciera falta, como se está haciendo en Argentina. Se trata de rebajar pensiones y jubilaciones, quitarles derechos a los trabajadores y privatizar todos los servicios públicos, así como reformas fiscales que ayudan a evadir a los potentados y elites en el poder que gestionan la aplicación de los programas y cargan todo el peso fiscal sobre los sectores más vulnerables, que ya no tienen nada que ofrecer, ni en cuerpo ni en alma, porque están secos y sin un euro partido al medio. Por eso, la mayoría se ha dedicado a la trata y abuso de inmigrantes y refugiados provenientes de Medio Oriente y el norte de Africa, quienes huyen o se ven forzados a desplazarse por las guerras que sostiene Occidente –y Grecia como parte de la OTAN- en sus terruños. La prostitución y la esclavitud están a la orden del día, regenteados por representantes del partido de ultraderecha Amanecer Dorado, y son las únicas actividades que proveen subsistencia a los griegos aplastados por las cataratas de “rescates”. En este contexto dantesco, el último plan del FMI para Grecia contempla la prohibición de la negociación colectiva y la eliminación total de las indemnizaciones. Próximamente se van a cumplir ocho años de recortes sociales constantes, avizorándose un destino calamitoso para la sociedad que dio al mundo tanto buen juicio y filosofía, con sus pensadores estoicos, epicúreos y peripatéticos, hermanados en una desgracia descomunal. Mal ejemplo que debería ver el pueblo argentino más temprano que tarde, y correr de su lugar a un gobierno mucho más traidor y obsecuente que el de Tsipras, y aplicador de recortes y ajustes más salvajes aún que los propuestos por los “buitrescos” banqueros europeos.