De primavera árabe a infierno tunecino

por Alvaro Correa

Se cumplieron siete años del episodio que desencadenó la célebre primavera árabe, por la cual las audiencias occidentales ininterrumpidamente comieron carne podrida y deglutieron noticias falsas sobre las revueltas y líos políticos en los países islámicos. Cuando Mohammed Bouazizi, vendedor de especias y verduras de Sidi Bouzid, se inmoló para demostrar el punto hasta el que lo había humillado y vejado la policía local, ignoraba que su acto podría acabar un mes después en la caída del dictador  Zine El Abidine Ben Ali. De ahí a que este hecho impulsara movimientos democráticos en los mencionados países –lo que subyace a la poética denominación “primavera árabe”- hay un enorme abismo de mentiras y crímenes de Estados Unidos y de la OTAN.

Los aires democráticos que se supone nacieron en Túnez han dejado a la economía del país en una situación dramática, que impulsa a miles de jóvenes a querer escapar y embarcarse a cualquier destino europeo, aún prefieren entregarse a la suerte que les podría deparar terminar en un puerto griego, en las manos de la organización de extrema derecha Amanecer Dorado. En 2017 más de 3.000 tunecinos han desembarcado en la costa italiana, utilizando para el trayecto precarias embarcaciones de pesca. Las bandas de fascistas europeos que surcan el Mediterráneo en búsqueda de migrantes indefensos han incrementado exponencialmente sus interceptaciones de africanos, a quienes luego venden en los mercados de esclavos libios.

Los sectores más afectados por los partidos políticos timoratos que tomaron las riendas del país son los jóvenes y los ancianos, además de la niñez, que debe afrontar la amenaza del incremento de la desnutrición y la malnutrición infantil. La desocupación está por arriba del 20% y la de los jóvenes orilla el 50%. Los atentados yihadistas de 2015 golpearon fuerte al turismo –al igual que en Egipto- y el flujo de visitantes que ofrecen esperanzas de escape de la miseria y la desolación sembrada por “Occidente” en el país y en todo Medio Oriente ha mermado significativamente. La realidad económica y política tunecina apesta y se asemeja a la de sus pares de la cuenca mediterránea, con la aplicación de fuertes programas de ajuste y pauperización de la población, y en contrapartida, un enriquecimiento inaudito de las élites y grandes corporaciones.

En este contexto, el estado tunecino ha abandonado por completo la asistencia a las poblaciones más sufrientes, de la zona rural y sureña, como Tataouine, Medenine, Gabès, Gafsa o la misma Sidi Bouzid. De estos sitios proviene la mayoría de los jóvenes que han intentado “cruzar el charco”. En épocas de Kaddafi, la opción de irse a Libia era maravillosa para los tunecinos, ya que había pleno empleo y los recibían generosamente. Pero el actual caos libio los invita a la aventura marítima como única solución a la desesperación que suscita ser un joven desempleado en este pequeño país norafricano.

El incremento de deportaciones de tunecinos que han intentado asilarse en países europeos aumentó un 270% en 2017 (y todavía faltan cinco días). Esta estadística no los amedrenta y los tunecinos despojados intentan la huida, aún en condiciones riesgosas para la supervivencia. La salida del suicidio o del terrorismo es más directa, pero a muchos tuncecinos no les gusta desobedecer el Corán, y prefieren ser sumisos y someterse a los antojos de los europeos, a quienes consideran inteligentes y liberales.

Una fea sensación de pesimismo brota de las miradas y las palabras de la juventud tunecina. En sus lugares de reunión cunde la insatisfacción y el ocio asfixiante. Sus padres añoran los tiempos de Ben Ali, cuando por lo menos había una conducción política que le daba sentido al terrorismo y las políticas nefastas del estado tunecino.

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