Chittagong, muerte y miseria del capitalismo

por Alvaro Correa

Bangladesh ha sido noticia últimamente sólo por servir como principal refugio de los rohingyas, víctimas de genocidio en Birmania, cuando muchos se olvidan que es el país donde la explotación del capitalismo se torna más salvaje y recalcitrante, dando muestra de su esencia criminal y usuraria. Cabe consignar, en principio, que este joven país asiático fue engendrado por las pésimas reparticiones hechas por los europeos invasores luego de su retirada tras la segunda guerra mundial, y que recién en 1971 obtuvo su independencia liberándose del dominio pakistaní bajo la protección de la India. Desde el primer segundo de liberación, el país se vio inmerso en una serie de cataclismo, desastres naturales, guerras civiles, hambrunas, epidemias mortales, golpes de estado, conciertos de George Harrison mediante.

Chittagong, la segunda ciudad del país con sus 6,5 millones de habitantes, cuenta con el puerto marítimo más grande del mundo, siendo el el destino elegido por las grandes potencias mundiales para el desmantelamiento de sus enormes e inservibles embarcaciones. A pocos kilómetros de allí, se encuentra Bazar de Cox, la mayor playa natural del mundo donde se ha instalado el “cementerio de embarcaciones”, donde cientos de miles de operarios desguazan pieza por pieza de buques petroleros, muchos de ellos hasta reducirlos a chatarra, que luego es revendida en un trabajo de reciclaje tan ingente como tóxico, ya que se desarrolla en el lugar concentrado más contaminado del mundo, según los indicadores relevados por serios estudios de impacto ambiental.

A partir de una reforma laboral introducida por líderes bengalíes, un trabajador del desguace pasó a trabajar 14 horas por día, ganando un promedio de 30 dólares por mes, en tanto la facturación del Gobierno de Bangladesh por la venta de chatarra producida a sudor humano ascendió a 1.500 millones de dólares anuales, proveniendo la mayoría de los clientes de este “trabajo esclavo” de Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Gran Bretaña, Canadá y Australia.

De acuerdo con informes de la ONU, cada embarcación puede liberar más de 100 toneladas de elementos altamente tóxicos, que van a parar al océano índico, a los pulmones, corazones y mentes de los trabajadores portuarios, que se desempeñan en las peores condiciones imaginadas por el capitalista más explotador.  Descalzos, sin protección alguna, y usando siempre la fuerza de sus músculos y la pericia de sus manos y dedos como herramienta. Se calcula que mueren en el intento dos operarios por día, se accidentan 14, y se contratan todos los días treinta indigentes a quienes se les dice que se les está dando trabajo honrado y bien remunerado. Se sabe que la esperanza de vida de los operarios del desguace llega a los 40 años, pero la alternativa a ello es morir antes de hambre o víctima de algún desastre (natural o no natural) de los que abundan durante todo el año, en el país más vulnerable al cambio climático, siendo también la principal víctima de la barbarie capitalista.

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