¿Habemus República Catalana?

por Leila Soto

La sola mención de la palabra república para un territorio ibérico genera todo tipo de emociones contrapuestas. Para los nacionalistas amantes de un pacto (el de Moncloa) que establece una constitución heredera del franquismo es una verdadera porquería. Pero al menos les da un motivo para odiar a alguien -además de migrantes, musulmanes, ciudadanos pobres, mujeres, Venezuela en particular y a todos los colectivos organizados por nuevos derechos a los que genéricamente pueden considerar como putos y lesbianas. ¿Exageramos? Parecería, porque los modos políticamente correctos de las nuevas derechas españolas podrían confundir un poco. Sin embargo, apenas se hurga un poco les salta la liebre, por monárquicos, por xenófobos o simples liberales que no tienen ningún problema en tener su plata en bancos alemanes o cualquier plataforma financiera que les brinde mayor ganancia, para luego pedir ajustes a los pobres, quitarles las casas y las ganas de vivir. Luego, cuando la deuda, producto de lausura y especulación desatadas  es impagable, la banca debe ser salvada por el sacrificio de miles de personas.

Ahora bien, si lo que queremos es entender qué impulsa este organizado e intenso deseo de independencia, vamos a encontrar una ensalada de argumentos. Pero lo cierto es que mas allá de las cuestiones culturales y económicas, hay un evidente quiebre en la legitimación de una España que se niega a reformar su  herencia franquista. Excepto que sea para debilitar los derechos laborales de sus ciudadanos, lógico.

Un país que mantiene una monarquía cuestionada no sólo por su escasa legitimidad  en sociedades modernas, sino porque jamás podrá acceder a los estándares marketineros de las otras monarquías europeas. Porque veamos, un Rey caza elefantes sólo los pone en un bazar. La familia real incomoda hasta el más estúpido de los ciudadanos que se pregunta por qué tiene que bancar a esta familia real Un rey viejo-gaga no despierta ninguna simpatía ni mucho menos el amor o apoyo que, por ejemplo un Fidel, Chavez o Lula generan en la Patria grande. Tampoco un Rey joven-robótico que debe vender menos muñecos que un Ken republicano.

Acaso sus esfuerzos lobbistas por empresas con capitales (originarios) en España no ha sido suficiente. Probablemente por el problema de la globalización y que en definitiva los capitales están paseando por el universo neoliberal del sistema financiero, sin derramar al ciudadano español de a pie.  Son los Ceos de esas empresas los que funcionan como las viejas cortes, una casta nobiliaria ambiciosa, corrupta y muy poco dada a la cultura del trabajo. Esa que despertó por siglos la ira proletaria en toda Europa. Pero que ha tenido gran poder de reciclado, ejerciendo ahora sus privilegios desde un realismo capitalista en todo el planeta.

Ahora bien, la Ceocracia tiene un manejo del poder hegemónico pero no perfecto, como estrategas audaces y bajo el lema “crisis es oportunidad” saben que desde muchas de sus políticas de gobierno son capaces de abrir la Caja de Pandora. Pero ello jamás les quita los nervios y las mañas. Se lo ha visto a Bush babéandose de emoción ante la posibilidad de utilizar la pira de muertos del 11 de septiembre para entrar en la historia bélica de su amada Estados Unidos. Que fueran un ex socio como Bin Laden y sus aliados saudíes los perpetradores de semejante crimen es un dato menor. Que la verdad no arruine el negocio de la guerra. Pueden convalidar golpes institucionales, guerras civiles, bombardeos e invasiones sin que se les mueva un pelo. A lo sumo la emoción de ver cómo en la bolsa suben las acciones.

Así, al siglo XXI llega con un hipermodernismo que eleva exponencialmente las incertidumbres. Expertos en impulsar fragmentación ahí donde no se necesita, confiaron en que los civilizados y ricos catalanes no moverían el culo por algo distinto. Habiendo sido un importante miembro faldero de la OTAN de algo están seguros, al menos Madrid no va a ser bombardeada para “convencer” a los ciudadanos que acepten la proclama unilateral de independencia. Los catalanes no son el invento nacionalista Kosovar, pero España tampoco es Serbia. Sobre esa base se apoyan para hacer apuestas más rígidas en torno a las demandas autonómicas.

El pronóstico de independencia catalana es reservado, hoy hay pocos países que se atreverían a empatizar con Cataluña, más por temor y espanto a sus propios riesgos de fragmentación. También porque la paciencia independentista se apoya en un movimiento pacifista difícil de estigmatizar como terrorista. Palabra surgida de las crisis provocadas por la intervención occidental en Medio Oriente, pero que actualmente tiene una gran capacidad disciplinadora para todo movimiento que intente mostrar algo más que indignación ciudadana. Como en muchas de las situaciones geopolíticas de estos tiempos de posverdad, es difícil adoptar una posición polarizada a favor o en contra. Porque hoy, lo que le pasa a una nación, es una variante de lo que le pasa a un individuo, sea éste un ciudadano consumidor, o un simple excluido. Por supuesto que nos preocupa más que lo que le preocupó al mundo la división entre Sudan del Norte, que zafa por sus recursos explotados por multinacionales, y Sudán del Sur, que se caga de hambre porque así son las democracias modernas.

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