La siega
No hubo jamás un ruido junto al bosque excepto uno,
y éste era mi larga guadaña susurrando en el suelo.
¿Qué era lo que susurraba? No lo sabía bien,
quizás era algo sobre el calor del sol, algo, tal vez,
sobre la falta de sonido,
y ese era el motivo por el que susurraba y no hablaba.
No era un sueño del don de las horas ociosas,
o el oro fácil a mano del duende o elfo:
cualquier cosa mayor que la verdad hubiese parecido demasiado débil
para el amor diligente con que colocaba la varilla en filas,
no sin débiles filamentos de flores (pálidas orquídeas),
y atemorizando a una brillante serpiente verde.
El hecho es el sueño más dulce que el trabajo conoce.
Mi larga guadaña susurró y dejó el heno para hacer.
por Robert Frost, traduce HM