El divisor de estrellas
Tú sabes que Orion siempre viene de costado.
Arrojando una pierna por arriba de nuestro cerco de montañas,
y levantándose en sus manos, me mira ocupado con algo,
afuera con la luz de la linterna, debería estar hecho por la luz del día, y de hecho,
luego de que el césped se congeló, debería estar listo antes de que se congelara,
y una ráfaga arroja un puñado de hojas sueltas en la humeante luz de mi chimenea
para divertirse del modo en que hago las cosas,
o alguna otra diversión de Orión atrapándome.
Me gustaría preguntar si un hombre no tiene derecho
a que estas fuerzas sean obligadas a respetarlo.
Así Brad McLaughlin mezclaba excesiva conversación
sobre las estrellas del cielo con el desorden de la granja,
hasta fallar con su arreglo,
quemó su casa para cobrar el seguro de incendio
y gastó todo en un telescopio para satisfacer una curiosidad de toda la vida
sobre nuestro lugar entre los infinitos.
`¿Qué quieres con una de estas cosas vergonzosas?’ le pregunté bien de antemano.
`¡No obtengas uno!’
`No lo llames vergonzoso; no hay nada más vergonzoso en el sentido de ser
que un arma en nuestra lucha humana’ contestó él.
`Conseguiré una si vendo mi granja para comprarla’.
Allí donde movió las rocas para arar el suelo
y aró entre las rocas que no podía mover,
pocas granjas cambiaron de manos; así que más que gastar los años
intentando vende su granja para luego no venderla,
quemó su casa y compró el telescopio con el que vino.
Varios lo escucharon decir: ‘La mejor cosa para la que fuimos puestos aquí
es ver; la cosa más fuerte que nos han dado para ver es un telescopio.
En cada ciudad parece que alguien lo adquiere para que el pueblo tenga uno.
En Littleton ese bien podría ser yo’.
Luego de esa plática relajada no sorprendió cuando hizo
lo que hizo e incendió su casa.
Aquel día una risa mezquina recorrió el pueblo
para hacerle saber que no éramos los menos sometidos,
y que podía esperar, que lo veríamos mañana.
Pero la primera cosa que reflexionamos a la mañana siguiente,
si contábamos a la gente uno por uno por el menor pecado,
no nos hubiese tomado demasiado tiempo
dejar a ninguno sin alguien con quien vivir.
Porque ser social es ser indulgente.
Nuestro ladrón, el que hacía el robo para nosotros,
no impedimos que viniera a las comidas de la iglesia,
pero por aquello que extrañábamos íbamos hacia él y se lo pedíamos.
El pronto lo devolvía, eso si aún no había sido comido, si estaba intacto o disponible.
No debió ser demasiado duro para Brad usar su telescopio.
Más allá de la edad en la que se lo recibe como regalo de navidad,
tuvo que apelar al mejor modo que conocía para encontrar uno por sí mismo.
Bueno, todo lo que dijimos fue que tomó una cosa extraña para hacerla pícara.
Alguna simpatía fue desperdiciada en la casa,
una cita de los buenos viejos tiempos regresaba;
pero una casa no es sensible, las casas no sienten nada.
Y si lo hicieron, ¿por qué no verlo como un sacrificio,
y una vieja moda de sacrificio por el fuego,
en vez de una nueva moda de remate?
Fuera de la casa, e igual fuera de la granja,
en una arremetida (de su carrera), Brad tuvo que cambiar
para ganarse la vida en la carretera Concord,
y como boletero en una estación donde su trabajo,
cuando no estaba vendiendo tickets,
estaba afuera, yendo y viniendo, no con plantas como en una granja,
pero con planetas, estrellas vespertinas que variaban su tono de rojo a verde.
Consiguió un buen vidrio por seiscientos dólares.
Su nuevo empleo le daba ocio para contemplar las estrellas.
Con frecuencia me invitaba a entrar y echar una mirada sobre el barril de latón,
de terciopelo negro en su interior,
a una estrella temblante en el extremo opuesto.
Recuerdo una noche de nubes rotas
y nieve pisada derretida en hielo,
para luego, con el viento, transformarse en barro.
Bradford y yo teníamos el telescopio afuera.
Desplegamos nuestras dos piernas mientras extendíamos sus tres,
Apuntando nuestros pensamientos del modo en que apuntábamos,
y manteniéndonos en nuestro ocio hasta que rompía el día,
decíamos las mejores cosas que jamás hemos dicho.
Ese telescopio fue bautizado “Divisor de Estrellas”,
porque no hacía otra cosa que dividir una estrella en dos o tres,
del modo en que divides un glóbulo de azogue en tu mano,
con un golpe de tu dedo en el medio.
Es un divisor de estrellas si es que alguna vez hubo uno,
y debería hacer algún bien si dividir estrellas es
una cosa comparable a dividir madera.
Mirábamos y mirábamos, ¿pero después de todo dónde estamos?
¿Sabmos mejor dónde estamos y cómo se para entre la próxima noche
y un hombre con una humeante linterna de chimenea?
¿Cuán diferente del modo en que siempre se mantuvo?
poesía de Robert Frost, traducción de HM