Dos vagabundos en tiempo de barro

Saliendo del barro dos extranjeros vinieron y me atraparon cortando madera en el césped,

y uno de ellos me sacó de mi objetivo aclamando alegremente «¡Pégales duro!»

Sé muy bien por qué cayó desde atrás y dejó que el otro siguiera un camino.

Sabía muy bien lo que tenía en mente: quería tomar mi trabajo por salario.

Eran buenos bloques de roble lo que estaba cortando,

grandes alrededor del bloque de cortar,

y cada pedazo que golpeaba de lleno

caía descomunal como una roca hendida.

Los golpes que una vida de autocontrol escatima para lograr el bien común,

aquel día, dándole libertad a mi alma,

lo pasé sobre la madera sin importancia.

El sol estaba cálido pero el viento era frío.

Tú sabes cómo es con un día de abril,

cuando el sol se va y se queda el viento,

estarás en un mes en el medio de mayo.

Pero si te atreves a hablar,

una nube vendrá sobre el arco de la luz del sol,

un viento vendrá de un pico congelado,

y en dos meses estarás de regreso en medio de marzo.

Un pájaro viene cariñosamente para iluminar

y gira al viento para arreglarse una pluma,

su canto es tan inclinado que no estimula a una sola flor para que brote.

Está nevando en copos, y sabía a medias que el invierno sólo estaba jugando con la zarigüeya.

Salvo el color no es azul,

pero no aconsejaría a ninguna cosa que florezca.

El agua que deberíamos buscar en tiempo de verano con una varita de bruja,

en cada recodo que haya ahora en un arroyo,

en cada huella de casco de un estanque,

conténtante del agua pero no olvides

la acechante escarcha debajo de la tierra

que emergerá luego de que el sol se oculte

y mostrará en el agua sus dientes de cristal.

El tiempo en que más amé mi tarea,

los dos deberían haberme impulsado a amarla más,

viniendo con lo que vinieron a preguntar.

Podrás pensar que nunca había sentido antes el peso de la cabeza de un hacha levantada en alto,

el agarre de la tierra sobre los pies extendidos,

la vida de músculos balanceándose suavemente y húmedos en el calor vernal.

Saliendo del bosque dos pesados vagabundos

(de dormir sabe Dios dónde la última noche,

pero no tanto en los campos de madera).

Creían que todos los cortes eran de ellos por derecho.

Hombres de los bosques y leñadores,

me juzgaron por su herramienta apropiada.

Salvo el modo en que un tipo manejaba un hacha,

no tenían manera de conocer a un loco.

Nada fue dicho de ninguno de los dos lados.

Sabían que no tenían más que quedarse allí a esperar

y toda su lógica rellenaría mi cabeza:
como si no tuviera el derecho de jugar con lo que era el trabajo de otro hombre como ganancia.

Mi derecho podría ser el del amor pero el de ellos era la necesidad.

Y donde los dos existen en dos,

el suyo era el mejor derecho, acordé.

Pero inclinado a la voluntad de su separación,

mi objetivo en la vida es unir mi pasatiempo con mi vocación

mientras mis dos ojos se hacen uno en el lugar.

Sólo donde el amor y la necesidad son uno,

y el trabajo se ejecuta por riesgos mortales,

es el logro realizado realmente por siempre

por el Cielo y los motivos del futuro.

poema de Robert Frost, traducido por Hugo Müller

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