Dos miran a dos

El amor y el olvido podría haberlos llevado un poquito más alto de la ladera con la noche tan cercana, pero no mucho más.

Hubiesen tenido que detenerse pronto en cualquier caso,

con pensamientos del camino de retorno,

lo rudo que fue con la roca y el desastre, e inseguro en la oscuridad;

cuando fueron detenidos por el muro fijado con alambre de púa.

Se detuvieron enfrentando eso, gastando cualquier impulso de continuar que todavía tenían

en una última mirada al camino por el que no debían ir,

el camino fracasado de ascenso,

donde si una piedra o un deslizamiento de tierra movido a la noche,

movido por sí mismo, sin un pie que lo haya precipitado, los hubiese detenido.

‘Eso es todo’ suspiraron, ‘buenas noches a los bosques’.

Pero no era todo, había más.

Una coneja alrededor de un abeto se paró a mirarlos a través del muro,

tan cerca del muro como ellos.

Los veía desde su campo, ellos y ella en su campo.
La dificultad de ver lo que se mantenía quieto,

como una roca ascendente dividida en dos

había en sus ojos nublados; no veían miedo allí.

Parecía pensar que aquellos dos estaban seguros.

Entonces, como si fueran algo, aunque extraño,

no podía complicarse su mente demasiado,
suspiró y pasó sin miedo a través del muro.
‘Esto, entonces, es todo. ¿Qué más hay para preguntar?’
Pero no, no todavía. Un bufido los hizo esperar.

Un macho cabrío alrededor del abeto se paró a mirarlos

a través del muro, tan cerca del muro como ellos.

Este era un macho astado de nariz lujuriosa,

no era la misma coneja que regresó a su lugar.

Los miró con curiosidad con sacudidas de cabeza,

como si preguntara ‘¿Por qué no hacen algún movimiento?
¿o dan alguna señal de vida? Porque no pueden.

Dudo que sean tan vivientes como se ven’.

Así los mantuvo hasta que se atrevieron a estirar la mano en ofrecimiento,

y rompiendo el hechizo.

Luego él también pasó sin miedo a través del muro.

Dos vieron a dos, cualquiera sea del lado del que se hable.

‘Eso debe ser todo’. Eso fue todo.

Se mantuvieron quietos, una gran repercusión de ello pasó por encima,

como si la tierra en un favor insospechado

les hubiese retornado su amor.

de Robert Frost, traducido por HM

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