Pan con Nosotros
Un día vino Pan de los bosques,
su piel, su pelo y sus ojos eran grises,
del gris del musgo de las paredes eran,
y se paró al sol y miró su puesta en el valle boscoso
y la montaña arbolada.
Se paró en el céfiro, gaitas en la mano,
a la altura de una tierra de pastura pelada;
en todo el país él gobernaba,
no vio humo ni techo. ¡Eso estaba bien!
Y marcó un casco.
Su corazón conocía la paz, por nada vino aquí,
a esta magra y segura alimentación una vez al año,
alguien para salar al buey semi-salvaje,
o los niños llanos con baldes chasqueando
que no ven un poco ni cuentan historias.
El lanzó sus gaitas, demasiado duro enseñar una nueva canción al mundo,
muy lejos de su alcance,
por una señal selvática de que el chillido de la urraca azul
y el gemido de las águilas junto al sol
eran suficiente música para él, para alguien.
Los tiempos ya no son lo que eran:
gaitas como esas tienen menos fuerza para sacudir
las ramas frutales del enebro
y las frágiles plantas enracimadas allí
que el mero aliento sin destino del aire.
Eran gaitas de alegría pagana,
y el mundo ha hallado nuevos términos de mérito.
La dejó abajo sobre la tierra quemada
y enredó una flor y se apartó,
¿Tocar, tocar?, ¿qué podría tocar?
Poema de Robert Frost, traducido por HM