Un jardín de muchacha
por Robert Frost, traducción de H. Müller
A una vecina del pueblo le gusta decir
cómo una primavera, cuando era una muchacha en la granja,
hizo una cosa infantil.
Un día le preguntó a su padre
si le podía dar un lugar del jardín
para plantar, mantener y cosechar por sí misma,
y él dijo ‘¿Por qué no?’
Y lanzándose por un rincón
pensó en un pequeño y ocioso terreno
donde se había instalado una tienda, y dijo ‘Ese es justo’.
Y dijo ‘Esto debería hacer de ti una muchacha granjera ideal,
y te dará la oportunidad de poner algo de fuerza en tus brazos delgados’.
Su padre dijo, no era suficiente un jardín para arar;
así que tuvo que trabajar todo a mano,
pero ahora no le importaba.
Trasladó el estiércol en una carretilla,
a lo largo de un estrecho camino,
pero siempre escapaba y dejaba su carga olorosa
y escondida de todo aquel que pasaba por ahí.
Y luego pidió las semillas.
Ella dice que cree que plantó una de todas las cosas excepto hierbajos.
Una cuesta de papas, rábanos, lechuga,
guisantes, tomates, remolachas, calabazas,
maíz y hasta árboles frutales.
Y sí, por muchó tiempo desconfío que un
manzano de sidra adentro era de ella,
o al menos podría serlo.
Su cosecha fue una miscelánea cuando todo fue dicho y hecho,
un poco de cada cosa, un gran negocio de ninguna.
Ahora, cuando ella ve en el pueblo cómo están yendo las cosas,
justo cuando parece que es el momento justo, ella dice ‘¡Lo sé!
Es como cuando yo era una granjera…’
¡Oh, nunca a modo de consejo!
Y nunca peca al contar la historia a la misma persona dos veces.